Equidad y cohesión social desde una perspectiva de derechos culturales (Plan Director Bibliotecas de Barcelona 2021-2030)

 

(Este texto fue creado en el marco deliberativo impulsado por la Red de Bibliotecas de Barcelona de cara a la elaboración de su nuevo Plan Director 2021-2030. Agradezco la invitación, la sabiduría y la confianza de todo el equipo organizador.)

Puedes ver el video de la intervención en el Canal de Youtube de Biblioteques Barcelona

Es para mí un privilegio poder sumarme a esta conversación que dará frutos en direcciones que ni imaginamos. Desde la pregunta marco que encuadra la sesión de hoy, ¿qué papel pueden desempeñar las bibliotecas para reforzar la equidad y la cohesión social?, me surgía inmediatamente una contrapregunta: ¿en qué marcos estamos encuadrando nuestro trabajo, bajo qué prisma y etiquetas estamos definiendo nuestra acción? Sabemos que las palabras son hermosas e importantes y a veces nos ayudan a dirigir nuestra acción en nuevas direcciones. ¿Qué supondría para la Red de Bibliotecas de Barcelona pensarse desde un enfoque de protección y promoción de los derechos culturales? O lo que es lo mismo, ¿qué supondría autodefinirnos y autodefinir nuestro trabajo cultural como una defensa de los derechos humanos? Porque quizá con este sencillo ajuste de enfoque entronquemos con el cambio de paradigma en las políticas culturales que estamos viviendo a nivel internacional.

En estos momentos en los que es urgente desplegar toda nuestra inteligencia en la creación de alternativas que nos permitan reforzar los vínculos y la vivencia de pertenencia desde marcos inclusivos y de respeto a la diversidad, siento también que es importante acompasar las políticas culturales locales como son las políticas bibliotecarias y los planes lectores municipales con los marcos internacionales de acción por un motivo antes que nada estratégico (y de obsesión por encontrar estrategias eficaces estará plagada esta intervención): porque han ido mucho más lejos en el paradigma de una cultura centrada en las personas y en la incorporación del enfoque basado en derechos humanos.

Como sabemos, este enfoque pone a las personas y su dignidad en el centro, busca apoyarse siempre en estándares internacionales de protección de los derechos humanos y especialmente se hace dos preguntas poderosas: en nuestro ámbito de actuación diario, ¿quiénes son los titulares de obligaciones y quiénes son los titulares de derechos? Como instituciones públicas que podemos marcar la diferencia en términos de proximidad en el trato digno, las obligaciones mayoritariamente son nuestras.

El paraguas legal, ¡intencional! a nuestra acción nos lo van a dar, por tanto, las Declaraciones de la Diversidad Cultural y de la Diversidad de las Expresiones Culturales de la UNESCO que para eso las ratificamos como Estado, el Protocolo Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales en el que se hace hincapié en el derecho a participar en la vida cultural, por supuesto todos los grandes marcos de aplicación de la Agenda 2030 en el ámbito bibliotecario, el marco local-global de la Agenda 21 de la cultura o también todo el trabajo desarrollado por las relatoras independientes de derechos culturales de Naciones Unidas, aunque especialmente aquellos centrados en los derechos culturales de las mujeres, en la defensa de los espacios culturales públicos frente a la mercantilización y aquellos en los que amplían la definición de quiénes pueden ser calificados como defensores de los derechos culturales. Todo este marco legal nos dota de mayor legitimidad para cambiar el enfoque de nuestro trabajo, que para mí sólo tiene un objetivo. La cultura y los derechos culturales no son accesorios, no son un lujo, no son un tema secundario. Desproteger los derechos culturales de la ciudadanía es una grave vulneración de los derechos humanos y avanzamos hacia horizontes de justiciabilidad. Tendríamos así un posible horizonte de acción para reivindicar el trabajo de la Red de Bibliotecas de Barcelona como esencial para la profundización democrática y los derechos humanos.

 

 

Pero ¿por qué este cambio de mirada AHORA es tan importante? ¿Es sólo moda terminológica? ¿Por qué este cambio de enfoque resulta decisivo? Sabemos que los derechos culturales con una pieza clave e interdependiente de los derechos humanos, que el derecho a participar en la vida cultural es un derecho inalienable y se repite una y otra vez que los derechos culturales son los derechos de “la pertenencia y la dignidad”. Pero seamos claros: aún se trata de derechos minimizados y desconocidos, y tampoco desde los movimientos sociales en España se han comprendido o reivindicado desde la potencialidad transformadora que encierran.

Y sin embargo, la protección de los derechos culturales apunta a un eje estratégico sin el que nuestras democracias no pueden llamarse democracias: garantizar y promover la equidad de expresión, el hecho de que todas las voces (y por tanto todas las experiencias vitales, todos los dolores y todas las memorias) sean reconocidos socialmente como existentes y por tanto accedan a ser escuchados.

La protección de los derechos culturales va muchísimo más allá del derecho a crear, del derecho de acceso a los espacios culturales, del derecho a renunciar a identidades culturales asfixiantes y a prácticas culturales dañinas, abrazando identidades culturales abiertas, diversas y en diálogo, como digo, la protección de los derechos culturales viene a atajar uno de los ingredientes centrales de cualquier opresión como es el silenciamiento y la injusticia epistémica (la invalidación de ser sujetos capaces de crear “conocimiento que cuenta”). Es decir, actuar como promotores de los derechos culturales nos enfrenta a la necesidad de actuar sobre los sutilísimos mecanismos a través de los cuales vamos construyendo qué conocimientos, voces, experiencias, qué comunidades son reconocidos como existentes y cuáles no.

1.- Empoderamiento, memoria y archivo

Por poner un ejemplo donde esta fuerza de silenciamiento y exclusión de comunidades completas como comunidades dignas de conocimiento se ve con nitidez, ¿aguantarían nuestras secciones de historia local, por ejemplo, una lectura exhaustiva desde el respeto a la diversidad cultural?, ¿nuestras secciones locales hacen emerger la diversidad real de la que procedemos, la diversidad que no hay que crear porque ya es?, ¿o de pronto empezarían a emerger ante nuestra mirada nuestros propios vacíos y exclusiones? Entre otras muchísimas funciones las bibliotecas municipales son artefactos que legitiman desde su función documental y de archivo, precisamente los relatos de qué alcanza el estatus de archivable y qué es descartado como no significativo. Las bibliotecas, como espacios que garantizan el acceso público a la información tienen siempre, aunque no quieran, aunque se obvie, un carácter político en el sentido más amplio del término, ya que ayudan a legitimar socialmente tanto qué es información validada como qué es digno de memoria y archivo. No por casualidad Edward Said y Judith Butler han hecho de la función de archivo un campo de batalla a favor de los derechos humanos, poniendo en el centro la necesidad de cuestionar la falsa neutralidad del hecho de “archivar”, de cara a plantear qué papel transformador podría tener llevar nuestra mirada hacia la memoria y los relatos de las resistencias cotidianas, especialmente locales, qué inciden, arañan, rompen discursos monolíticos y todopoderosos del poder (siempre hay grietas en los muros) y qué podemos inventar para que los dispositivos de archivo no sirvan exclusivamente como legitimadores de relatos de poder, ensayándolos como herramientas de empoderamiento comunitario y resistencia, haciendo de la memoria, como dice Lucina Jiménez, un activo contemporáneo.

 

2.- Leer los vacíos

Desde esta invitación a aprender a mirar y a leer nuestros propios vacíos y huecos que legitiman de alguna manera la exclusión, muchas veces incluso desde un punto de vista pasivo, si nos obligásemos a leer qué personas, comunidades y realidades vitales diversas que nos rodean estamos dejando fuera:

  • ¿Qué dirían nuestras infraestructuras, a quiénes no están escuchando? ¿Qué papel desempeña el diseño universal en nuestras instalaciones?
  • ¿Y el personal que trabaja en nuestras bibliotecas?, ¿hay colectivos infrarrepresentados? ¿Podemos hablar de políticas culturales que apuestan por la diversidad y que sin embargo aún no han incorporado, por ejemplo, cláusulas sociales en la contratación?
  • ¿Los servicios que ofrecemos, nuestras fórmulas de colaboración, los requisitos administrativos para acceder a los servicios bibliotecarios, expulsan a alguien? Esto por ejemplo ha sido un eje de reflexión dentro de la IFLA en el trabajo de las Bibliotecas en su relación con personas sin hogar.
  • El diseño de las colecciones, el proceso de adquisición de ejemplares, las actividades de extensión bibliotecaria, ¿qué están dejando en la sombra?

 

 

3.- Colaboraciones bibliotecarias estratégicas para la promoción de los derechos humanos

Me centro un momento en nuestra estrategia de colaboración con otras entidades, tejido asociativo, etc. ¿Nuestras colaboraciones siguen una política clara que busque incidir sobre la promoción y protección de aquellos derechos humanos más directamente vinculados con el trabajo de las bibliotecas? Por ejemplo, frente al retroceso internacional en materia de libertad de expresión artística, en el que España está a la cabeza de los países del Norte global con el mayor número de condenas de prisión vinculadas al hecho artístico, en este escenario globalizado de palabra amenazada, ¿podemos contribuir o liderar quizá, socialmente la protección de este derecho? ¿Podríamos ensanchar desde esta óptica de una cultura con enfoque de derechos humanos, la colaboración con redes internacionales de defensa de la libertad de expresión (PEN internacional, Artistas en Riesgo, Freemuse…),  sumarnos o impulsar quizá, a través de fórmulas de residencia artística, programas internacionales de acogida de escritores susceptibles de protección internacional? Si nos pensásemos como promotores de derechos humanos y enfocásemos nuestra actividad desde esta óptica, ¿qué acciones podríamos priorizar?

4.- La economía de la credibilidad

Porque es conocido, evidente, medible, el peso que juega el trabajo de las bibliotecas públicas frente a los procesos de exclusión e inequidad, la gran dimensión de su impacto social. Pero es urgente que nos planteemos intervenir también sobre lo que se denomina la «economía de la credibilidad» (este término maravilloso de la maestra feminista Dolores Juliano) porque tiene un peso central para reforzar vivencias de exclusión social y circuitos de pobreza, y la protección de los derechos culturales actúa de forma correctora y directa. Como os decía, tenemos que entrenar nuestra sensibilidad en dos direcciones que se apoyan en el trabajo de la filósofa también feminista Miranda Fricker:

1.- La injusticia epistémica, aquella por la cual no todas las voces, no todas las realidades que se viven en el día a día gozan de la misma credibilidad, la misma capacidad de ser escuchadas y tomadas en serio, con el riesgo que esto entraña a nivel social. Y si no que le pregunten a las personas migrantes y todo su calvario burocrático o  las personas solicitantes de asilo cuando tienen que enfrentarse a trámites administrativos sencillos donde ya empieza el baile de sospecha y recelo alrededor de su documentación. Recomiendo siempre para entender el sufrimiento que conlleva en nuestras sociedades esta configuración de la “economía de la credibilidad” el documental del politólogo y sociólogo José Heredia, “El amor y la ira, cartografía del acoso antigitano” donde se describen con total crudeza el caudal de gestos, expresiones, cotidianas, sencillas que van construyendo la sospecha y la exclusión.

2.- Y otra forma aún más grave de injusticia, la injusticia hermenéutica, el hecho de que toda tu experiencia vital, personal ni siquiera se conciba como existente o real, no sea comprendida ni reconocida como real por tu entorno. Uno de los casos más graves que estamos viviendo en España es la realidad terrible de la trampa burocrática a la que se enfrentan los menores tutelados al cumplir la mayoría de edad, que de puro opresiva ni siquiera alcanza realidad de existencia social y que está tratando de incorporarse a la agenda pública a través de la campaña Un callejón sin salida.

 

 

5.- Marcos de reciprocidad y narrativas en primera persona

Podríamos entonces preguntarnos también a quiénes no hemos preguntado, consultado o interpelado nunca desde marcos de reciprocidad desde nuestra Red de Bibliotecas, por qué no lo hemos hecho y también cómo podemos generar mecanismos directos de escucha, generar espacios y actividades propicios para que emerjan las narrativas en primera persona y acogerlas, para que comunitariamente demos espacio a decirse, a compartirse de un modo seguro desde la diversidad (por ejemplo, siguiendo la estela del proyecto ArtLab de la UNESCO, que invita a diversos artistas a plantear su creación para promover el diálogo intercultural y los derechos humanos).

6.- Las bibliotecas, aliadas de la seguridad humana

Porque también una de las dimensiones importantes sobre las que las bibliotecas inciden sobre la cohesión social tiene que ver con su capacidad de generar espacios de encuentro seguros. No por casualidad, tanto en Colombia como en Centroamérica se han articulado redes de bibliotecas por la paz, incidiendo mucho, frente a modelos de control, vigilancia, sospecha y punitivismo que pesan a plomo también sobre muchos de nuestros usuarios, en el paradigma de seguridad humana. Contribuimos a generar entornos seguros promoviendo la escucha de la diversidad, el buen trasiego e incitando a la voz pública, no sólo a través de la cesión clásica de espacios para la participación ciudadana, sino también a través de la puesta en marcha de procesos deliberativos locales, como este mismo que estamos viviendo.

7.- Políticas culturales emocionales

Al cambiar nuestro enfoque de trabajo incorporando un enfoque basado en los derechos humanos, una cultura centrada en las personas, siguen surgiendo preguntas importantes:

¿Qué papel juegan las políticas culturales emocionales en el acceso democrático al libro y la lectura, en el acceso a la información? Porque cuando hablamos de construir democracias culturales y no nos movemos en una escala humana, desaparece por completo el papel que juega la dimensión emocional en el acceso a la cultura. Si nos obligamos a pensarnos en términos emocionales, de emociones políticas, poniendo a las personas y su dignidad en el centro:

  • ¿Qué entornos de mirada propiciamos? Por activa y por pasiva toda nuestra actividad, programación, colaboración, construye invitaciones de mirada, nos obliga a dirigir la vista hacia determinadas realidades, lecturas, subraya y enfatiza lo que es relevante. Desde nuestro papel como grandes mediadores culturales, ¿qué estamos invitando a mirar y cómo miramos? Cuenta la gran antropóloga de la lectura, Michèle Petit, en su libro magnífico El arte de la lectura en tiempos de crisis en el que recoge múltiples experiencias del uso de la lectura y la escritura en el trabajo con colectivos en riesgo de exclusión social, que aquellas experiencias que tuvieron mayor éxito, generando un mayor sentido de comunidad tenían en común dos cosas: el recibimiento afectivo y la invitación a ser mirados con dignidad, desde la dignidad. ¿La mirada afectiva que construyen nuestras bibliotecas se dirige a toda la ciudadanía por igual, podemos ayudar a resaltar y llevar a la mirada pública la dignidad de determinados colectivos?
  • ¿Todas las personas usuarias enfrentan la misma carga emocional a la hora de acercarse a nuestros espacios? Hago spoiler: no. Entonces, ¿cómo nos adelantamos desde un punto de vista preventivo al peso que tienen las grandes emociones políticas vinculadas a la exclusión: la vergüenza, el miedo al rechazo, las experiencias de abandono institucional o a la sospecha? Como invitación a hacerlo operativo y concreto.
  • ¿Qué es lo que nos hace sentir que formamos parte? Porque es en la vivencia de pertenecer sobre la que se construyen todas las estrategias de prevención del extremismo, especialmente con juventud. Necesitamos pensar colectivamente cómo sabemos y sentimos que formamos parte. Parece sencillo pero no lo es tanto. ¿Cómo sé que formo parte activa de mi biblioteca? ¿Es sólo el carnet, es sólo el volumen de préstamo, qué es?

 

 

8.- Derechos lingüísticos

En este sentir que formamos parte juegan un papel central también los derechos lingüísticos, teniendo en cuenta el peso cada vez mayor de las diásporas en nuestro entorno social, el pensamiento y realidad de las «descendencias culturales», teniendo en cuenta que la diversidad de lenguas a nuestro alrededor cada vez es mayor, que hay mucha gente deseando que sus hijos e hijas no pierdan del todo el contacto con sus lenguas maternas y sobre todo lo demás, siendo conscientes de que la falta de sensibilidad hacia los derechos lingüísticos no sólo refuerza la exclusión sino que puede suponer en muchos casos un riesgo vital, como se ha vivenciado durante la pandemia.

9.- Las bibliotecas, espacios públicos para la protección de los derechos humanos

Respecto a sabernos y reconocernos como un espacio público clave para la protección de los derechos humanos:

  • Las bibliotecas se perfilan como uno de los pocos espacios públicos que resisten, a veces con uñas y dientes, al enfoque productivista. Ante la desaparición casi total de los espacios comunitarios que construían en el pasado ejes clave de nuestro sentido de pertenencia: el espacio común de trabajo, cada vez más aislado y encerrado en sí mismo; los espacios vinculados a lo religioso en sus múltiples formas con su ciclo festivo… ¿con qué espacios contamos hoy para hacer cosas en común, para construir algo junto a otros que no esté vinculado al consumo? Que crezcan y se multipliquen los espacios de participación cultural supone también ganar espacios para construir otra escala de valores sociales y otros modos de resignificar el éxito social.
  • Como espacio público totalmente volcado en la profundización democrática, las bibliotecas en este presente convulso y post-pandémico van a desempeñar un papel fundamental contra la infantilización social. Necesitamos con urgencia articular nuevas estrategias de alfabetización mediática y estética, un aluvión de propuestas formativas alrededor de la lectura de imágenes que nos ayuden a sortear los riesgos de manipulación informativa. El papel clásico que han desempeñado las bibliotecas para la alfabetización digital, mediática e informacional se percibe hoy como un auténtico cortafuegos frente a la polarización. No obstante nos va a tocar enfrentar, ante la digitalización de la vida en común, la creciente dependencia pública de las grandes corporaciones digitales que se sitúan fuera del control social y que pueden cortocircuitar de alguna manera la función democratizadora de nuestras bibliotecas.
  • Y de nuevo, como en todas las graves crisis económicas y laborales, las bibliotecas como el auténtico salvavidas de la exclusión digital e informacional vinculadas al ámbito laboral. La emergencia de país que supone dar por hecho que las familias cuentan con los recursos para poder acceder a información, trámites, etc. digitalizados cuando la realidad lo desmiente día a día, no sólo por sesgos de edad, sino por los indicadores de pobreza. Sabiendo que la buena información es un recurso limitado, que las buenas estrategias de búsqueda de información relevante y validada pueden delimitar la frontera entre la inclusión y la exclusión social, la función mediadora de las bibliotecas es de vital importancia.

10.- El papel de las bibliotecas en el ecosistema general del libro: la centralidad de la bibliodiversidad

Por último, si realmente queremos incorporar un enfoque de derechos culturales en el trabajo diario de la Red también sería interesante plantearnos qué papel queremos darnos dentro del ecosistema general del libro desde nuestra apuesta por la bibliodiversidad, siendo conscientes de que el modelo neoliberal y altamente concentrado de la economía del libro supone un freno de hecho a esta bibliodiversidad. No sólo se trata de incorporar voces minorizadas a nuestras colecciones, podríamos ir mucho más allá: en nuestra política de adquisiciones, qué porcentaje tienen las editoriales independientes, qué modelo de partenariados podríamos quizá imaginar entre bibliotecas del Norte y editoriales del Sur o cómo podemos reforzar desde nuestras políticas de compra el papel de las librerías independientes y de proximidad, cómo podemos jugarnos a nosotros mismos como agente corrector de esta mirada neoliberal hacia el libro a favor de la igualdad de oportunidades en su acceso.

 

 

Por todo lo que hemos comentado, podríamos quedarnos con estas tres preguntas:

¿Qué supondría para la Red de bibliotecas de Barcelona pensarse de un modo integral desde una óptica de derechos culturales, como un sector profesional estratégico para la defensa de los derechos humanos en nuestra ciudad?

¿Qué supondría obligarnos a pensar en términos de nuestros propios vacíos y huecos?

¿Y qué supondría repensarnos desde los climas emocionales que suscitamos para construir la pertenencia?

¡Muchas gracias, ha sido un placer participar en esta conversación!

(Madrid-Barcelona vía zoom 17 de marzo de 2021)

Equitat i cohesió social des d´una perspectiva de drets culturals (17 de marzo, Biblioteques de Barcelona)

Es un privilegio poder formar parte del proceso de reflexión que inician las Bibliotecas de Barcelona de cara al impulso de su nuevo Plan Director 2030.

Como explica la organización:

«Las Bibliotecas de Barcelona iniciamos un proceso de reflexión para elaborar el Plan Director para el periodo 2021-2030 desde cuatro aproximaciones que abrazan los diferentes ámbitos de trabajo de las bibliotecas públicas: el impulso de la cultura y la educación, la promoción de la lectura, la cohesión social y la gestión del conocimiento.

En el ciclo que presentamos hemos pedido a una persona especialista en cada ámbito, no necesariamente vinculada directamente con el mundo de las bibliotecas, que nos acompañe en la reflexión y nos proponga interrogantes y la generación de respuestas para enriquecer los objetivos que tienen que guiar las bibliotecas públicas de la ciudad.»

 

Será un placer vernos y escucharnos el día 17 de marzo a las 18:30 horas en el Canal YouTube de Bibliotecas de Barcelona para hablar sobre Equidad y cohesión social desde una perspectiva de derechos culturales:

 

«¿Qué supondría para nuestra Red de Bibliotecas pensar desde un enfoque de protección y promoción de los derechos culturales y pensarnos a nosotras, sus trabajadoras, usuarias, colaboradoras, como defensoras de los derechos humanos? Las bibliotecas, como espacios privilegiados de profundización democrática y espacio público todavía resistente al peso del enfoque productivista, son instituciones clave para la construcción de cohesión social y democracia cultural. Al lado de los principios que rigen la función social de las bibliotecas y la consolidación internacional de la biblioteca multicultural en esta conversación, al lado de la propia definición de los derechos culturales y sus marcos legales, nos plantearemos algunas cuestiones para el debate: ¿qué peso juegan las políticas culturales emocionales en el acceso democrático al libro y la lectura?»

Acceder a las palabras

Hace unas semanas, invitada por el equipo docente de Pedagogía de la Universidad de Salamanca, tuve la oportunidad de reflexionar, junto a profesoras y alumnas de último curso, sobre el papel que el acceso al conocimiento y a la toma de la palabra tiene en este escenario mundial de retroceso democrático. Al margen de abordar la necesidad, frente a las derivas psicologicistas, de recuperar el vigor de una pedagogía volcada en el desarrollo de las comunidades y territorios en los que se engarza, así como tomando conciencia del protagonismo que habrá de tener la pedagogía como garante de las necesarias alfabetizaciones múltiples que nos protejan como sociedad de la manipulación de la información y nos construyan como individuos críticos ante la oleada creciente de elitización de los conocimientos, tuve la oportunidad, como decía, a un nivel más personal de abordar mi deuda con la pedagogía (yo, que no soy pedagoga) y afrontar la profundidad que nos exige el compromiso ético con el conocimiento y el acceso a las palabras.

Junto a la obvia deuda genealógica que, por el hecho de ser una mujer española nacida en el siglo XX que accedió a la educación y al conocimiento y pudo referenciarse en el pensamiento y vida de mujeres que anteriormente hicieron de esta causa su bandera, guardamos las generaciones posteriores con la Institución Libre de Enseñanza y su estela inspiradora, descubría en tres referentes pedagógicos que han sido claves para mí un motivo y compromiso común aún vigente. Así en la obra de Gianni Rodari, Francesco Tonucci y Paulo Freire volvía a encontrarme con la potencialidad transformadora que tiene la defensa de la inclusión y el empoderamiento a través de las palabras. Si como decía Rodari nuestra obligación social y aún más para el campo humanístico se centra en “defender el uso total de la palabra para todos, no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”, de Tonucci aprendimos entre otras claves la dimensión educadora de nuestras ciudades y la cortedad de una definición de ciudadanía “adultocrática” que excluye la vulnerabilidad y curiosidad vivificante de su infancia, tomando conciencia con Freire de los usos que la dominación hace del conocimiento, de nuestra capacidad de educarnos juntos como sociedad primando la escucha y el respeto a la educación que nace de la propia y no expropiable experiencia, así como sabiendo de una vez para siempre que sin acceso igualitario a la palabra y al conocimiento no podemos hablar de democracia. Aprendíamos humildemente así que una de las facetas centrales del poder consiste en tener la capacidad de nombrarse a uno mismo, de hacer el relato propio de la experiencia y vivencia antes de que otros nos impongan sus palabras y etiquetas.

Me parecía urgente así, al modo de los bibliotecarios de los EEUU en la era Trump, y en este viaje de vuelta a las palabras que nos exige el auge autoritario y excluyente mundial, volver a encontrarnos como en hoguera común alrededor del amor y la defensa de acceso a la herencia común de palabras y sabidurías creadas por la humanidad, enarbolando entre otras la Declaración que realizó la IFLA sobre Bibliotecas y libertad intelectual en 1999 en la que “declara que los seres humanos tienen el derecho fundamental de acceder a las expresiones del conocimiento, el pensamiento creativo y la actividad intelectual, y de expresar sus opiniones públicamente (…) el derecho a saber y la libertad de expresión son dos aspectos del mismo principio. El derecho a saber es un requisito para la libertad de pensamiento y de conciencia; la libertad de pensamiento y la libertad de expresión son condiciones necesarias para la libertad de acceso a la información.

Urgente para situarnos colectivamente en la defensa de espacios en los que poder pensar, experimentar, explorar las relaciones entre cuerpos y acceso a la palabra al margen de criterios economicistas, de búsqueda de resultados o bajo la imposición de estilos estéticos o ritmos frenéticos en los que la creación y la reflexión común no pueden darse. Si, con Marina Garcés, a través de algunas invitaciones sugerentes recogidas en su último libro Fuera de clase, es tiempo de llevar al centro la mirada a los “cuerpos desprovistos de voz pública” así como detenernos a observar “de qué está hecho nuestro lenguaje si lo miramos a partir de aquellos que no pueden disponer de él”, quizá, como nos advierte la gran socióloga de la lectura Michele Petit una de las líneas de acción colectiva clave en este momento sea la de profundizar en una definición de democracia que nos permita “ser en todos los ámbitos de la vida algo más sujetos del propio destino y no sólo objeto de los discursos de los otros. Añadamos a ello el poder tener derecho a tomar la palabra y la pluma en lo que concierne al bien público.”

De las identidades sofocantes: sobre las prioridades de la Biblioteca Digital de Castilla y León

En un artículo del académico Antonio Niño, Uso y abuso de las relaciones culturales en política internacional, si bien en relación con la construcción de las identidades e “imágenes oficiales” nacionales, se desliza una reflexión importante que explica gran parte de los sesgos que aún hoy sufren las políticas culturales oficiales en Castilla y León:

“Si cambiamos el prisma y fijamos nuestra atención en la imagen del propio grupo que se intenta proyectar, encontraremos la visión que se construye de la comunidad nacional para ser mostrada. Una imagen oficial elaborada con elementos debidamente seleccionados y que, inevitablemente, se inspira ella misma de una memoria colectiva convencional, es decir, en la imagen dominante que la colectividad elabora de sí misma. Esta perspectiva ha sido hasta ahora poco explorada: la definición que esas políticas transmiten de identidad cultural de las sociedades, una identidad definida desde el aparato del Estado y proyectada al exterior como en un escaparate. Si la definición cultural constituye uno de los fundamentos de las identidades nacionales, la selección que los Estados hacen de los rasgos culturales que conviene exportar puede ser una vía original para explorar cómo los Estados construyen hacia el exterior una representación de la propia comunidad.”

El cuestionamiento de Niño sobre los criterios de selección de los rasgos culturales identitarios que representan a una comunidad tomó plena consistencia para mí en relación a una de las últimas medidas llevadas a cabo en las políticas culturales castellano-leonesas, concretamente alrededor de su política bibliotecaria.

Si acogimos con alegría la más que interesante y necesaria puesta en marcha de la Biblioteca Digital de Castilla y León, contemplada en la Primera Fase 2008-2010 del Plan de Lectura para la comunidad, no es menos cierto que algunos de los criterios que se han seguido para su desarrollo merecen, al menos, un análisis sosegado.

 

 

Entre los objetivos que persigue la Biblioteca Digital de Castilla y León, por la importancia social y política que lleva implícita la construcción y proyección de una identidad destaca el siguiente:

“Contribuir al conocimiento e investigación de la cultura, la historia y la lengua y los restantes aspectos constitutivos de la identidad de Castilla y León mediante el acceso a las obras digitalizadas o editadas en formato digital que constituyen la colección de recursos de la BDCYL.” (subrayado personal)

Al hilo de esta declaración de intenciones, no deja de sorprender qué elementos ha seleccionado la Junta de Castilla y León como constitutivos de nuestra común identidad castellano-leonesa y qué aspectos, efemérides, acontecimientos del pasado ocupan su mirada, se destacan y reseñan para construir discursivamente «lo que es remarcable». Más allá del innegable trabajo de digitalización documental y avance en el acceso abierto al conocimiento, la prioridad en la creación de colecciones en la Biblioteca Digital en este periodo ha estado marcada por la creación de la Biblioteca Digital Taurina, la de la Biblioteca Digital Teresiana y Religiosam Vitam: 800 años con los dominicos.

Es en el ámbito de las políticas culturales en el que con más nitidez se refleja la indisoluble intrincación entre las estructuras de poder y la necesidad de relatos que las legitimen, perpetúen y sostengan.

Si bien son muchas las voces que desde Castilla y León están llamando la atención sobre el peso sofocante que la identidad de cuño nacional-católico heredada del franquismo sigue teniendo aún hoy en la cultura oficial de este territorio, sorprende también nuestra tibieza desde la sociedad civil para articular un debate social en el que planteásemos realmente cuáles son los aspectos constitutivos de la identidad como comunidad, qué papel queremos jugar culturalmente ante la actual crisis territorial del Estado y qué engarces se están dando entre el actual discurso cultural promovido por la Junta y el desmantelamiento por emigración juvenil y desvertebración territorial que sufrimos cada día.

Al hilo de la selección institucional de la tauromaquia y la religión católica como señas de identidad centrales de lo castellano-leonés, también cabría preguntarnos qué criterios se han seguido para que dicha selección temática haya sido prioritaria y dónde se explicitan. Ante la plausible respuesta de las sinergias ante el marco del Año Teresiano o la posible búsqueda de efecto de difusión internacional de la imagen de Castilla y León apoyándose en el impacto que dichas colecciones pudiesen tener entre las comunidades teresianas y dominicas también internacionales, ¿de verdad podemos permitirnos sin escándalo seguir con esta capitalización identitaria de lo castellano-leonés vinculado a los intereses de la Iglesia Católica?

En una comunidad autonóma con, entre otros, como comentábamos hace unas semanas, un notable déficit de bibliotecas rurales e índices de lectura preocupantes, ¿para quién era una prioridad cultural de primer orden el impulso de estas colecciones?

Por una declaración de amor a las bibliotecas rurales

(Imágenes pertenecientes a la intervención artística en los bibliobuses

colombianos de Diana Arias Zué)

En La larga travesía de los libros, reportaje que Televisión Española ha dedicado al trabajo que realizan los bibliobuses en el medio rural castellano-leonés, se repiten como un leitmotiv algunas reflexiones: el vínculo emocional generado en los pueblos con este servicio de biblioteca, la importancia que tiene el trato humano en la mediación lectora, especialmente con la gente más mayor y los riesgos del aislamiento progresivo ante el avance de la despoblación. También sabemos que los centros coordinadores provinciales de bibliotecas, que dependen de las diputaciones, han sido uno de los ámbitos (junto al resto de intervenciones culturales en el medio rural) que más ha sufrido la política de recortes así como los bibliotecarios en ruta aún están peleando por el reconocimiento de la categoría profesional de las funciones que realmente desempeñan. No es casualidad que la Asociación estatal de bibliotecas móviles iniciase su andadura en Castilla y León ni que esta comunidad sea uno de sus ámbitos de referencia.

Si, como recoge el II Plan de Lectura de la Comunidad de Castilla y León 2016-2020, “el porcentaje de lectores de las capitales de provincia es del 62,4%, mientras que en los municipios de hasta 2000 habitantes es del 43% lo que supone una diferencia de 19,4 puntos porcentuales”; y si ya en la Ley de Desarrollo Sostenible del medio rural se recogía

«Artículo 29. Cultura.

Con el objetivo de permitir el mantenimiento de una oferta cultural estable y próxima en el medio rural, el Programa podrá contener medidas que tengan por objeto: a) Crear redes de espacios culturales, que, reutilizando el patrimonio arquitectónico existente, garanticen la infraestructura para su desarrollo con la mayor polivalencia posible, la dimensión adecuada para garantizar su sostenimiento y su accesibilidad; b) Impulsar planes de actividades culturales por zona rural, favoreciendo la participación y la iniciativa de todo tipo de entidades privadas; c) Dotar a los municipios rurales de bibliotecas públicas; d) Proteger el patrimonio histórico-artístico ubicado en los municipios rurales y fomentar su mantenimiento y restauración adecuados.»

estableciendo como un eje de acción prioritario dotar a los municipios rurales de bibliotecas públicas, ¿no deberíamos  profundizar en el debate sobre cómo compaginar mejor los servicios de biblioteca móvil con la consolidación paulatina de servicios bibliotecarios fijos en nuestro medio rural?

Durante los años 80, con el auge del paradigma cultural de la animación socio-comunitaria, fueron muchos los pequeños ayuntamientos y asociaciones culturales o vecinales rurales quienes impulsaron la adecuación de espacios y la compra progresiva de ejemplares para dotarse de pequeñas bibliotecas. Existen en muchos de nuestros pueblos espacios ya habilitados pidiendo a gritos actualización, asesoramiento experto, mirada y dinamización. Junto a la visita mensual que realizan los bibliobuses a nuestros pueblos, si realmente queremos revertir la diferencia porcentual de lectores entre las capitales de provincia y el medio rural, deberíamos tener en cuenta el papel central que pueden jugar las bibliotecas rurales en el día a día. No sólo son espacios de promoción lectora, también son un referente de dinamización comunitaria, un espacio de formación permanente, un punto de información y acceso tecnológico y un eje clave de identidad. La peligrosa deriva por la que se están imponiendo en Castilla y León como “medidas de éxito” acciones que dejan las políticas culturales y bibliotecarias rurales en manos de programas de voluntariado, enmascarando recortes y actuaciones de corte neoliberal, sin planificación a medio y largo plazo ni contratación de los profesionales necesarios que podrían implementar con seriedad las acciones de desarrollo cultural rural, dan cuenta de la urgencia de la intervención que está necesitando el sector.

De nuevo remitiéndonos al II Plan de Lectura de Castilla y León relativo a las acciones para el medio rural surgen al menos algunas preguntas: más allá del “estudio de los perfiles de los usuarios” o “recabar información sobre asociaciones y colectivos que existan en la localidad”, “seguir trabajando en el ámbito familiar”, ¿qué medidas concretas se proponen en Castilla y León para cumplir con lo dispuesto en la Ley de Desarrollo Sostenible del Medio Rural?

El traslado de experiencias de éxito a través de la elaboración de fichas guía o el impulso de clubes de lectura virtuales presuponen la existencia de mediadores que, a día de hoy, no son una figura real en nuestro medio rural. Las contrataciones temporales, las subvenciones puntuales o el voluntarismo de las pequeñas concejalías de cultura han permitido en los últimos años, en el mejor de los casos, que los espacios bibliotecarios municipales hayan podido dar un mínimo servicio normalmente coincidiendo con fechas estivales. No nos estamos refiriendo a la ruralidad periurbana ni a las principales cabeceras de comarca, sino a la realidad demográfica de la comunidad: el hecho de que dos de cada tres localidades en Castilla y León suman menos de 500 habitantes.

Si uno de los ejes que se repiten una y otra vez en relación con nuestro medio rural es el peligro del aislamiento y la progresiva pérdida de espacios de socialización (“uno podría ponerse las zapatillas de casa en noviembre y no quitárselas hasta marzo, hay que hacer un esfuerzo para salir”, comenta uno de los participantes en el reportaje anteriormente citado), ¿es una línea de acción vinculada a la realidad de lo demandado en nuestros territorios, claramente envejecidos, optar por la virtualización y los fogonazos de acciones de voluntariado? ¿O de lo que realmente estamos hablando es de promocionar planes sin un compromiso sólido con los presupuestos necesarios para implementarlos y que respeten los derechos laborales del sector profesional? En lenguaje de virtuosismo retórico se justifican estas medidas en el propio Plan: “una inversión más contenida puede representar una oportunidad para explorar modelos alternativos, ser innovador en los servicios y en la manera de desarrollarlos y prestarlos…”

Medidas como la contratación de personal bibliotecario  que pudiera dar cobertura comarcal a varias pequeñas bibliotecas rurales para garantizar servicios de préstamo y animación lectora semanales; nuevas políticas de comunicación y visibilidad como el caso de Quintanalara (Burgos); una política activa de comunicación por parte de los centros provinciales coordinadores de bibliotecas acercando a los municipios los trámites para la incorporación de sus bibliotecas locales a la red, tutorizando los pasos necesarios para su adecuación; el impulso de una línea de relación cultural internacional que pusiera en diálogo los modelos de redes de bibliotecas populares y comunitarias latinoamericanas y sus conocimientos para la aplicación de sus metodologías en el medio rural español; la apuesta de los Grupos de Acción Local por el impulso sostenible de las bibliotecas rurales (¿puede haber algo más “productivo” que una biblioteca?) …podrían ser caminos a explorar que pudiesen consolidar la acción ya presente de los bibliobuses rurales convirtiéndolos en punta de lanza para la consolidación de servicios bibliotecarios fijos en nuestros municipios. Al fin y al cabo, el derecho al acceso a la cultura y a la participación en la vida cultural recogido tanto en nuestra Constitución como en la norma internacional no hacen diferencias en función del lugar en el que se habita…

 

El Tratado de Marrakech: derechos culturales de las personas ciegas

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«Cada año, de los millones de libros

que se publican en todo el mundo,

solamente entre el 1% y el 7% se pone

a disposición de los 285 millones de

personas ciegas.»

Esta semana ha entrado en vigor el Tratado de Marrakech, fruto de la negociación internacional por la que 22 países hasta la fecha, se han puesto de acuerdo para establecer límites comunes a sus legislaciones sobre copyright y favorecer  así “el derecho a leer”, como bautizó la Unión Mundial de Ciegos esta campaña en favor de los derechos culturales de las personas con discapacidad visual. El Tratado permitirá el intercambio libre de libros en formatos adaptados (braille, audio…) en todo el mundo.

Tras este primer logro, se plantean otros dos objetivos a medio plazo: la incorporación a dicho Tratado de todos los países que suscribieron la Convención de la ONU a favor de los derechos de las personas con discapacidad, así como el seguimiento de la puesta en marcha efectiva del mismo a través del compromiso firme de las organizaciones de discapacidad, bibliotecas, editoriales, autores y gobiernos.

Junto a este primer y necesario paso siguen estando sobre la mesa algunas cuestiones importantes para seguir debatiendo, (algunas ya las hemos ido señalando):

  • ¿qué papel podría jugar el diálogo entre la cultura libre y los Estados para garantizar con plenitud los derechos culturales de las personas con discapacidad, derechos reconocidos tanto en la Declaración de los Derechos Humanos como en la mayor parte de los textos constitucionales bajo la obligación de garantizar el acceso a la participación en igualdad en la vida cultural de un país?

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  • Igual que la OMPI ha logrado esta serie de excepciones al copyright en relación con los derechos de las personas con discapacidad, ¿se podría lograr este mismo debate en su seno relacionado con el impacto de las normativas de propiedad intelectual sobre el acervo de minorías lingüísticas y étnicas o sobre el derecho de acceso a la cultura en contextos globalizados de fuerte desigualdad social?

Sin duda, el Tratado de Marrakech es un paso adelante en la garantía de los derechos culturales de la ciudadanía, paso adelante que habrá de ampliarse hacia muchos más colectivos para saciar el “hambre de libros mundial” a la que hace referencia el mismo tratado.

El cierre de Cervantes o la urgencia de otra política cultural

Publicado en Tribuna de Salamanca el 4 de enero de 2016

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Reflexionaban hace unos días Germán Cano y Gonzalo Velasco sobre el papel que la cultura había tenido en los pasados debates electorales y la necesidad de superar los discursos huecos y de ornamento en el mejor de los casos y de total olvido de su realidad en el peor al que nos tiene acostumbrado el bipartidismo en España.

Y de pronto la noticia del cierre de la librería Cervantes en Salamanca, un símbolo para varias generaciones, un referente ineludible para la memoria emocional de nuestra ciudad.  Mientras sacamos los pañuelos blancos del adiós habituados a cuantos referentes locales de la cultura hemos tenido que despedir en la última década, me pregunto en qué momento diremos basta y exigiremos políticas culturales a la altura de lo que necesita la sociedad salmantina.

Se llenaba la Consejera de Cultura, Josefa García Cirac, de orgullo y satisfacción hace unos meses presentando el sello de calidad, la cultura como marca, de librerías de referencia cultural de Castilla y León como si a golpe de obviedad y foto institucional se pudiese ocultar la incongruencia, la falta de coherencia de pretender defender la cultura mientras ponemos las instituciones públicas de Castilla y León a los pies del mercado avieso de gentrificación, mientras abrimos de par en par nuestros centros históricos y sus locales a las grandes cadenas multinacionales, a la pérdida de toda identidad propia en un baile de celebración de la hegemonía neoliberal.

Como si el desempleo y la pérdida generalizada de poder adquisitivo en nuestra tierra no tuviese eco sobre el consumo cultural, como si el Partido Popular no hubiese fulminado en la última legislatura la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, como si los responsables políticos del libro, desde el nivel estatal hasta el conglomerado de Fundaciones opacas y clientelares, nido de corrupción, hubiesen dejado el canapé y la foto con patrocinadores para dedicarse al bien común, como si vuestra LOMCE se hubiese parado a escuchar el millón de ideas de profesorado y familias para enraizar el hábito lector, como si no estuviésemos ya acostumbrados a la atonía, al Centro coordinador de bibliotecas de la Diputación de Salamanca más muerto que vivo en manos de diputados de cultura a quienes les cayó esta cartera como en una rifa y algo habrá que hacer, como si no viviésemos a diario el total desprecio a la exigencia del acceso a la cultura para todos, incluyendo nuestro medio rural.

Nos llevamos ahora las manos a la cabeza por el cierre de Cervantes, de una Pyme cultural de referencia en nuestra ciudad que ha contribuido a que seamos quienes hoy somos. Y sin embargo hay que negarse a la desidia. Desde luego que hay propuestas para una política cultural tanto desde el nivel local hasta el estatal que sepa reconocer, entre otras muchas cosas, el valor del libro, que sepa ponerlo en valor desde la Administración, apostando no sólo por un plan de apoyo y dinamización de las librerías, no sólo por políticas de compra coherentes para modernizar y actualizar nuestra red de bibliotecas ,sino reconociendo especialmente el papel de la diversidad editorial o generando líneas presupuestarias de incentivos económicos para este sector y defendiendo con vehemencia la política del precio fijo.

Por favor, no más panegíricos grandilocuentes ante los efectos obvios de las causas que creáis. La cultura, la de verdad, la que crea país, merece respeto y cuidado, no lágrimas huecas. Acción y medidas presupuestarias, lo demás, ya lo sabemos, qué guapos en la foto, muy rico el canapé.