La identidad cultural no existe o el espacio «entre» que nos une

 

Me impulsa a escribir esta entrada (felizmente, por otra parte) el tratamiento dado por El Cultural hace unas semanas al último libro de François Jullien, “La identidad cultural no existe”. Como, desde mi punto de vista, el debate sobre el texto queda totalmente sofocado por los límites de la actualidad política española, quería recuperar aquí algunas de las sugerentes reflexiones que Jullien ha compartido con urgencia en esta obra breve ante la crisis identitaria europea.

Lo común frente a lo uniforme:

Alertado por los procesos de uniformización cultural consustanciales a la actual fase del capitalismo, Jullien contrapone a esta “uniformidad como perversión de lo universal”, activar lo común como dimensión política.

“Sólo si promovemos un común que no sea una reducción a lo uniforme, lo común de esa comunidad será activo y dará lugar efectivamente al compartir.”

Así propone alejarse de la conceptualización de lo común “por asimilación”, como lo similar, para acercarse a lo común como “lo que se comparte”. Sólo desde esta dimensión “de lo común que no es similar” puede haber tanto diálogo cultural como efectividad política.

El universal rebelde:

Partiendo de la insostenibilidad del universalismo occidental impuesto por el uso de la fuerza en todo el globo, propone, sin embargo, no renunciar sin más al horizonte de “lo universal” frente a fragmentaciones identitarias que pudiesen derivar en aislamiento, en base a los siguientes términos:

“El universal por el que hay que militar es, en cambio, un universal rebelde, jamás colmado (…) reabrir intersticios en cada totalidad acabada”

Dialoga esta idea de Jullien con la propuesta de Boaventura de Sousa de impulsar un “cosmopolitismo subalterno” que lleve al centro del debate público el hecho de que la opresión y la exclusión tienen dimensiones que la tradición crítica europea ha ignorado reiteradamente, “la de las condiciones epistemológicas que hacen posible identificar lo que hacemos como pensamiento válido” como afirmaba en «Descolonizar el saber, reinventar el poder». Tanto Jullien como sinólogo o de Sousa desde su apuesta por las Epistemologías del Sur nos obligan a hacer política del conocimiento. Como afirma de Sousa, la injusticia social global está unida a la injusticia cognitiva global. Tal y como se pregunta Jullien:

“Adhiriéndonos a “lo universal,” ¿qué fue lo que abandonamos? (…), ¿cómo se traduce “lo universal” cuando salimos de Europa?”

 

 

El écart o el “entre” activo:

El écart es la idea central que Jullien comparte en el libro, como alternativa a los repliegues esencialistas excluyentes que se están reviviendo en toda Europa.

“Planteo abordar lo diverso de las culturas en términos de écart; en lugar de identidad, en términos de recurso o de fecundidad (…) como figura, no de identificación, sino de exploración, haciendo emerger otros posibles”

“No en términos de diferencia sino de distancia para el posible acercamiento.”

“El écart implica una prospección, vislumbra –sondea- hasta dónde se pueden abrir otras vías, es una figura próxima a la aventura (…) En el écart los dos términos separados permanecen en comparación”

Parte Jullien de la constatación de que el pensamiento occidental no ha sabido pensar el “entre” (“pues el entre no es el ser”) y por tanto no ha podido explorar lo suficiente la vocación ética y política que reside en estos espacios intersticiales, “donde cada uno es desbordado por el otro (…), donde aparecen los recursos”, “donde cada uno es dependiente del otro para conocerse y no puede replegarse sobre lo que sería su identidad”

Este llamamiento a pensar el “entre” que nos acerca, este modo de afrontar el diálogo intercultural entendido en términos espaciales cercanía-lejanía a la que aproximarse sin centralidad jerárquica (no todos estamos alejados de las mismas lejanías), que ha sido mucho más pensado en cosmovisiones no occidentales –pienso en el surgimiento dependiente del budismo- nos sitúa de nuevo ante la urgencia de pensar la “posibilidad”. Vuelve a resonar en mí de Sousa en esta idea de Jullien, en su tantas veces reiterado “lo posible es uno de los conceptos más ignorados de la filosofía occidental” y su llamamiento a prestar atención a los “todavía no” que nos permitirían mayores niveles de acción política transformadora. Concentrarse en los intersticios que dialogan más allá de su “identidad” como propone Jullien, aunque sea un “todavía no” hacia adelante lo que les mueva parece vislumbrarse como camino.

Desde el écart de Jullien, por tanto, se nos estaría invitando a pensar la diversidad no en términos de diferencia sino de distancia, idea ya planteada por el altermundismo como he querido visibilizar aquí.

 

La transformación como “esencia”:

Frente al aplanamiento generado por la uniformización y la violencia del silenciamiento y pérdida de la heterogeneidad interna de toda cultura que residen en los repliegues identitarios y en las esclerotizaciones culturales, Jullien invita a no perder de vista el sentido vivo inherente a la cultura, “lo propio de lo cultural es cambiar y transformarse” (las culturas vivas de Vandana Shiva). Esta idea sería una obviedad no remarcable si a nivel global no se estuviesen enfrentando graves procesos de explotación económica en base a la “turistificación identitaria” (la parque-tematización de las identidades culturales: el «cochinillo-Iglesia-Imperio” castellano o las múltiples denuncias de los pueblos indígenas respecto al uso comercial de sus tradiciones, por ejemplo).

Resistencia de las lenguas:

Como ya hemos venido hablando en otras entradas, se sigue identificando como forma de “resistencia de época”, la resistencia de las lenguas. Dice Jullien:

“Si hablamos un solo idioma, si se pierden las brechas fecundas entre las lenguas, estas no podrán pensarse entre ellas: no permitirán percibir respectivamente sus recursos (…) Los recursos culturales, y ante todo la lengua, se hacen préstamos, se importan, y no pertenecen a nadie. Los recursos sólo existen en la medida en que son activados. Lo propio del recurso es estar disponible, al alcance de la mano, al servicio de la experiencia. Los recursos no se enarbolan. Se agregan sin limitarse. Los recursos se realzan unos a otros y no se excluyen.”

Jullien, al igual que wa Thiong´o, nos obliga a repensar el peso que tiene la lengua en la que se da el diálogo entre culturas, llevando nuestra atención ante la naturalidad con la que hemos aceptado el “globish” como lengua del mundo, oponiendo a este aplastamiento uniforme, “la traducción como lengua del mundo”, identificando en la figura del traductor (lingüístico/intercultural) el agente político transformador para este siglo.

Minorías: anatomía discursiva del silenciamiento político

 

(Todas las imágenes obra y propiedad del artista Kehinde Wiley)

La semana pasada me sorprendía en los periódicos la simultaneidad de dos debates relacionados con el silenciamiento de la voz pública tanto de minorías como del disenso político y la legitimidad de los mismos en la esfera pública. Mientras las organizaciones en defensa de los derechos de las personas con discapacidad se concentraban frente al Tribunal Constitucional en la campaña Mi Voto Cuenta por el derecho al voto (y a la voz) de las más de 100.000 personas que no pueden ejercerlo debido a sentencias que  modifican su capacidad legal y denunciando una vez más los déficits democráticos por los cuales en nuestro país siguen sin poder acceder a la información y al proceso electoral en igualdad de condiciones, asistíamos por otra parte y ante la actualidad congresual de los partidos políticos españoles a una creciente y generalizada banalización de la persecución del disenso y los procesos a través de los cuales se produce y construye el silenciamiento político. El tono risueño y burlón con el que han aparecido en nuestros medios las “purgas”, los “paseos militares” o una combinatoria similar del simbolismo de la dominación ante la presencia del adversario político debería alertarnos al recordar la definición a la que apelaba Kate Millet para hablar de los derechos políticos de las minorías: “un grupo minoritario es cualquier grupo de personas que, por causa de sus características físicas o culturales, se halla sometido a discriminación respecto a los demás miembros de la sociedad en la que vive, recibiendo de ésta un trato diferente e injusto”.

Se unían de pronto para mí estas dos noticias, aparentemente alejadas entre sí, apuntando a una misma problemática bajo la pregunta ¿quiénes tienen derecho a hablar políticamente y quién otorga ese derecho? o como ya se cuestionó Gayatri Spivak, ¿puede hablar el sujeto subalterno?, ¿cómo medimos lo que queda al margen del discurso público, “el centro silencioso o silenciado de un circuito marcado por la violencia epistémica”? Se unían también estas dos manifestaciones del derecho a la voz política en relación a la similitud de argumentos que suelen utilizarse para sofocarla y que se repiten en la señalética de la palabra minoritaria: la argumentación relativa a la inferioridad en criterios de inteligencia, la incontrolable naturaleza emocional e infantilización, así como la construcción discursiva de una irrefrenable tendencia al engaño.

En el análisis valiente y pormenorizado que realizó Judith Butler sobre la construcción del descrédito de la voz política y el disenso recogido en Vida precaria: el poder del duelo y la violencia se remarcaban tres focos clave a la hora de comprender los procesos de silenciamiento político:

  • No puede entenderse la esfera pública sin prestar atención al hecho de que la misma se construye en base a lo que no puede ser dicho y lo que no puede ser mostrado. Como cita la propia Butler: “Los límites de lo decible, los límites de lo que puede aparecer, circunscriben el campo en el que funciona el discurso político y en el que ciertos tipos de sujetos aparecen como actores viables”. Como también señalaba Spivak, “el discurso mismo produce violencia por medio de la omisión” siendo las elipsis, lo que no se nombra, lo que no se ve la auténtica medida del ejercicio del poder entendido como dominación.

 

  • Hay que tener en cuenta que todo proceso de dominación va acompañado (precedido) de un proceso de descrédito de la voz pública, de una paulatina deslegitimación de la palabra y la valoración de la misma como comentario político. En el análisis pormenorizado que realiza Butler respecto a la utilización de la acusación de antisemitismo que sofoca las críticas a determinadas actuaciones políticas del Estado de Israel, señala: “el disenso queda en parte ahogado por medio de la amenaza del sujeto que habla con una identidad inhabitable. Precisamente por no querer perder el estatus de ser hablante, uno no dice lo que piensa.”

 

 

  • Se van abriendo paso así las pautas comunes que se repiten en los procesos de arrinconamiento y silencio progresivo de determinadas opiniones políticas y minorías: a través de la acusación repetida de deslealtad a la identidad grupal se provoca la construcción del recelo y la vigilancia, el acoso y la persecución visual en primera instancia, para avanzar en una progresiva deshumanización del otro, la insensibilidad frente a la concreción de su sufrimiento, especificidad o duelo. En esta búsqueda de identificaciones “insoportables y estigmatizadas con las que la mayoría de la gente quiere evitar ser identificada” lo que realmente se está construyendo es la legitimidad de lo que puede y no puede ser pronunciado en voz alta en la esfera pública, “amenazas que, al establecer los límites de lo decible, deciden los límites definitorios de la esfera pública”

Alrededor de estos tres ejes en los que se desgrana tanto la importancia de narrarse como el derecho estratégico a acceder a la propia narración (“If we don´t tell our story the wrong people will”, Khaled Beydoun) se evidencia el papel que juega la obediencia a la oficialidad de los relatos grupales como elemento central de los procesos tanto de exclusión social como  de dominación, alertándonos de que todo retroceso democrático inicia su alerta en las palabras. Por eso, ante el  progresivo avance de las  prácticas políticas del silencio convendría llevar al centro no tanto lo que se está diciendo como la pregunta: ¿qué no está permitido decirse? para, como nos anima Judith Butler: “crear un sentido de lo público en el que las voces opositoras no sean intimidadas, degradadas o despreciadas, sino valoradas como impulsoras de una democracia más sensible”.

 

Niños solos: sobre la desaparición de niños refugiados en Europa

Publicado en Tribuna de Salamanca el 4 de enero de 2016

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Hace unos años coordiné y grabé un documental “El sueño del último baobab” sobre la realidad a la que se enfrentan los menores migrantes no acompañados que, en el terror de pateras, cayucos, camiones, travesías imposibles, son expulsados por el hambre, la guerra, la violencia económica de su mundo conocido, el amor a sus familias, sus vínculos más profundos, para enfrentarse, creyendo que en Europa existe su “mañana”, a la ceguera total de este continente que se olvidó muy pronto de su historia y que no sabe abrir los brazos ni a los niños.  Les recuerdo ahora, con sus gestos de Mali, Guinea Bissau, Senegal, Marruecos, Gambia cuando azota este domingo el último comunicado de Interpol. Viene también a mi memoria el llanto desgarrador de padres y madres españoles embarcando a sus hijos camino a Rusia protegiéndoles, a base de un sufrimiento personal insoportable, de una guerra que no entendía de edades. Los padres para sus hijos siempre quieren la vida.

Cerca de 10.000 niños refugiados, que viajaban solos, han desaparecido nada más llegar a Europa. Durante el 2015 apróximadamente 270.000 menores no acompañados han cruzado nuestras fronteras, mientras se han consolidado las mafias y se ha construido una infraestructura criminal paneuropea. Junto al enriquecimiento basado en el transporte, alojamiento, medicinas o manutención de quienes huyen del terror y los avisos sobre casos de corrupción entre el funcionariado europeo que debería estar garantizando el cumplimiento de los derechos humanos (por ejemplo denunciado por el alcalde de Roma), se habla de que muchos de estos niños terminarán en manos de redes de tráfico de personas y explotación sexual.

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En mi memoria, de nuevo, otra madre de mi país, Pilar Manjón: ¿De qué se ríen, señorías? No sólo existe una correlación pasmosa entre las políticas de migración europeas y suculentos negocios con puertas giratorias, sino que hemos permitido la proliferación de estas redes de tráfico de niños en el mismo seno de la Unión Europea a base de inacción, neoliberalismo feroz, insulto a la soberanía de los Estados y perversión del significado de la Política con mayúsculas que no se entiende fuera del gesto cierto con el que una leona defiende a su camada.

No podemos hablar de una democracia real mientras, en nuestra política exterior, nos desentendamos de nuestras obligaciones internacionales, no garanticemos el derecho de asilo, seamos incapaces de generar vías seguras de acceso a Europa y pongamos los intereses empresariales del centro de Europa por delante de los derechos humanos de cualquiera.

Ahora que estamos en pleno proceso de investidura, qué pasaría, qué pasaría si las diez mil niñas, los diez mil niños desaparecidos sin dejar rastro en esta Europa de Merkel, Le Pen y corifeos de Grandes Coaliciones, qué pasaría si en mitad de sus suntuosos banquetes acorazados de Davos, qué pasaría si ellos, si su protección fuese la única y digna línea roja, qué les pasaría, vociferantes medios, Ibex35, aparatos de partido, qué les pasaría si les mirasen a los ojos, llorasen con sus familias y se conmovieran.