Mar y Desierto: declaración mundial del Papa Francisco a favor de los derechos humanos de las personas migrantes

 

Quería hacerme eco de la audiencia de hoy del Papa Francisco en la que ha realizado una declaración internacional ¡a la altura de este siglo! y de máxima importancia a favor de los derechos humanos de las personas migrantes, las vías de acceso legales y seguras, así como contra la militarización de las fronteras y la «cultura del descarte».

 

Puedes leer el texto completo, sin duda relevante para el otoño que nos espera y la actual situación mundial, en el siguiente enlace, aunque comparto en este espacio los párrafos, desde mi lectura, más relevantes:

 

«Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos. Y cuando digo «mar», en el contexto de migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino. Y «desierto» no es solo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte. Migrantes, mar y desierto. Las rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, – ¡demasiadas! –  son mortales. Por eso quiero detenerme en este drama, en este dolor. Algunas de estas rutas las conocemos mejor, porque suelen estar a menudo bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco conocidas, pero no por ello menos transitadas (…)

 

Del Mediterráneo he hablado muchas veces, porque soy Obispo de Roma y porque es emblemático: el mare nostrum, lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio. Y la tragedia es que muchos, la mayoría de estos muertos, podrían haberse salvado. Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender (…)

 

 

 

 

Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar – y están, desafortunadamente. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena (…)

 

Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad.»

 

Cada cual, desde su lugar, creencias, miradas, herencias y responsabilidad, pero ampliando la protección de los derechos humanos. SEA.

(Imágenes Timothy Pohlhaus/Susanne Nilsson)

Políticas culturales y discursos de odio

 

Impactada por las imágenes y palabras de odio que acompañaron la detención de Carola Rackete hace unas horas me siento a escribir desde la urgencia y el convencimiento de la importancia de la implementación de políticas culturales públicas que, enraizadas en un enfoque basado en los derechos humanos, tengan como prioridad la desarticulación del odio. Aunque ya son muchas las voces que apuntan en esta dirección (aquí ya hemos hablado del tema, por ejemplo, en El dolor de los demás: políticas culturales y derechos humanos o en Existir en plural: espacios de la imaginación contra el odio) quería detenerme en dos lecturas, por si nos acompañan a la hora de trenzar otros futuros posibles, que inciden en la capacidad de las políticas culturales para cortocircuitar climas emocionales y vivencias colectivas de impotencia, caldo de cultivo predilecto para las campañas de odio.

 

Aunque ya hace algunos años, Sara Ahmed en “La política cultural de las emociones” hizo hincapié en nuestra labor colectiva para examinar el funcionamiento de las economías afectivas que se esconden detrás tanto del discurso público como de la acción cultural. No dejó de insistir sobre el hecho de que las emociones no pueden ser consideradas estados psicológicos aislados, sino poderosas prácticas culturales y sociales que determinan la construcción del mundo. Aunque su análisis del dolor subalterno fue en su momento mi parte predilecta de su estudio (“mientras mayor acceso tengan los sujetos a los recursos públicos, mayor acceso podrán tener a la capacidad de movilizar narrativas de lesiones dentro del ámbito público”), su reflexión sobre lo que el odio le hace a los cuerpos me asaltó ante las imágenes que llegaban desde Italia. Se planteaba Sara Ahmed en su análisis de la política cultural del odio:

 

“Exploro el papel del odio en la conformación de los cuerpos y los mundos, a través de la manera en que el odio genera su objeto como una defensa contra la lesión (…) Dichas narrativas funcionan al generar un sujeto a quien unos otros imaginados ponen en peligro y cuya proximidad amenaza no solo con quitarle algo (empleos, seguridad, riqueza), sino con ocupar el lugar del sujeto. La presencia de este otro se imagina como una amenaza al objeto de amor.”

 

Así, Ahmed nos llevaba a una reflexión práctica sobre dos ejes: la construcción de la desemejanza y las prácticas cotidianas de la lejanía corporal y social. Desde el dolor de las imágenes de Lampedusa ilustrando el crimen ardiente en que se ha convertido el Mediterráneo: ¿qué estamos haciendo colectivamente para apuntalar la percepción de la “desemejanza” que está permitiendo nuestra inhibición moral colectiva ante el genocidio silencioso que se está viviendo en el mar?

 

 

También me parecía urgente, saltando cercamientos entre disciplinas, acercar nuestras políticas culturales, desde todos los niveles, al trabajo analítico de Martín Alonso sobre los discursos del odio (enlazo aquí por pedagógico y extremadamente útil su artículo “Los discursos de odio”, pg.29, recogido en el Cuaderno nº4 del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo) que nos obliga a abordarlos desde cuatro dimensiones: la gramática, la psicología, la sociología y la economía política en la que surgen.

En el análisis de los discursos del odio en Europa, Martín Alonso viene identificando algunos lugares comunes:

  • La topología diacrítica: enlazando con el análisis de Sara Ahmed sobre la construcción de la desemejanza, se refiere a la construcción de identidades por “demarcación”. No vemos la continuidad natural de lo humano, construimos fronteras mentales que crean la noción de discontinuidad.
  • Sinécdoque reduccionista: el uso del plural estratégico y la construcción de un nosotros excluyente.
  • “Somos diferentes”: la construcción de identidades alrededor de pertenencias exclusivistas.
  • Perfilado previo del enemigo: el enemigo es una construcción cultural que requiere de un proceso de deshumanización previa construido a base de operaciones atribucionales de señalamiento y estigmatización.
  • Ideología de supremacía.
  • Existencia de depurados, excluidos o eliminados tanto en su retórica como en su práctica organizativa.

Pero hay un elemento fundamental, en el que las políticas culturales pueden ser claves para la acción política de urgencia que nos reclama el presente y es la siguiente:

 

“la calidad epistémica de los contenidos de los discursos de odio es irrelevante, importa su eficacia, su poder de arrastre (…) El recorrido del discurso de odio depende de hasta dónde engrane o no los dispositivos emocionales (…) El discurso crea su entorno de afectividad y la emoción es capaz de segregar su propia mitología.”

 

Por tanto, ¿qué entornos de afectividad y dispositivos emocionales están permitiendo el avance de los discursos del odio en Europa?, ¿qué acción pública deberíamos implementar para cortocircuitarlos?

Considero que esta es una línea de trabajo prioritaria para las políticas culturales, especialmente en el nivel local que nos exige ampliar la mirada más allá de la gestión y de la participación, hacia la responsabilidad compartida para la construcción de imaginarios y climas afectivos en los que el odio no pueda avanzar.