Poder, política y cultura

“Quiero ver cómo funciona todo. Esa me parece la gran tarea: relacionarlo todo, comprender la totalidad en lugar de fragmentos de la totalidad.”

Edward W. Said

 

Terminaba estos días “Poder, política y cultura”, el libro de entrevistas a Edward W. Said que ha recogido bajo dos grandes epígrafes, El poder de la cultura y La cultura del poder, las reflexiones, conversaciones y declaraciones realizadas a medios de comunicación tanto sobre teoría literaria como sobre su compromiso con Palestina.

Como a lo largo del libro aparecen y reaparecen algunas de sus obsesiones más iluminadoras, he querido recoger aquí las que más resonaban para mí con el presente:

  • La condena de habitar las representaciones que usurpan la realidad vivida:

A lo largo de las diferentes entrevistas se va entrelazando la llamada a la acción, no sólo a la labor de inventariado de las características de las representaciones identitarias cerradas sino al estudio de los mecanismos que construyen dichas representaciones. Lo que importa es saber de qué herramientas y formas de discurso se sirve el poder para validar la opresión, de forma tal que siempre quede abierta la posibilidad de resistencia. Esta es la obsesión siempre presente: si se ha creado, se puede desarmar. Se trata de poner el foco sobre la usurpación política y cultural, que a través de la mitología, la retórica e instituciones propias construye enunciados que siguen legitimando la dominación, con especial atención a la violencia que reside en el hecho de “hacer hablar a alguien”. Aunque su referencia en este punto al trabajo y conversación con Ngugi Wa Thiongo sea constante, especialmente en la exhibición de dominio que supone la imposición de la lengua colonizadora, Said sí llama la atención sobre el aire de competencia administrativa que suele acompañar el sometimiento a las narrativas dominantes.

  • La mundanidad:

El modo en el que Said zarandea el ensimismamiento del ámbito humanístico se resume en el uso de la palabra mundanidad. La mundanidad es “la palanca potencial que permitiría a la crítica académica situar su trabajo con los textos en relación con las cuestiones sociales y políticas”. Como recoge en una de las entrevistas:

“Para reintegrarse a la realidad mundana, el crítico de textos debería investigar el sistema del discurso por el que el mundo es dividido, administrado y saqueado, por el que la humanidad es encasillada y por el que el “nosotros” somos “humanos” y “ellos” no. Descubriremos que incluso una disciplina tan inocua como la filología ha tenido un papel crucial en el proceso.”

Por tanto la mundanidad del crítico o crítica literaria se anclaría también en el compromiso concreto con algún movimiento social real:

“Cuando hablo de lo mundano, no me refiero sólo al turismo cosmopolita o intelectual. Hablo del interés omnicompetente que muchos de nosotros tenemos y que está anclado en una lucha real y en un movimiento social real.”

 

 

  • El papel de las intelectuales:

Como ya recogimos en De los debates sobre humanismo global la reflexión sobre el papel que desempeñan las y los intelectuales en las formas de dominación social es continua. Entre los elementos que subraya en alguna de las entrevistas destaca el papel que juegan a la hora de crear o definir las crisis. Qué eventos adquieren esta categoría, cuáles no, por qué y para qué, en función de las acciones posteriores que legitiman. Muy interesante es su reflexión sobre la importancia de alentar la aparición de  “intelectuales antidinásticos”, especialmente en el ámbito académico, que consigan crear un contrapeso al peligro de la especialización y las cohortes de tipo hereditario, que “no se consideran sometidas a ninguna responsabilidad hacia el bien común.

  • Localizar la energía de la resistencia:

“Al igual que las cosas se hacen, pueden deshacerse y volver a hacerse” es una idea que se repite una y otra vez tanto en su manera de comprender la crítica literaria como el cambio político.  Lo realmente relevante es desentrañar cómo se ejerce la opresión precisamente para desarmarla:

“Parte del trabajo intelectual es comprender cómo se forma la autoridad. La autoridad no la da Dios. Es laica. Y si eres capaz de entenderlo, entonces tu trabajo puede encauzarse de manera que proporcione alternativas a las normas autoritarias y coactivas.”

Y sigue subrayando, “siempre he dicho que el papel del intelectual es estar en la oposición, lo que no significa que simplemente te opongas a todo, sino que te dedicas al estudio (y hasta cierto punto al fomento) de la resistencia a todos estos movimientos e instituciones y sistemas de pensamiento políticos totalizadores”

Por tanto, lo más importante del trabajo intelectual sería ser consciente del para qué, dado que la respuesta tendría que ser “para demostrar que el aparato dominante es frágil”:

“puede desmantelarse, eludirse o utilizarse con propósitos distintos. No hay en él nada inevitable ni necesario; está ahí, se puede quitar.”

“Tanto da lo dominante que sea un aparato, no puede dominarlo todo. Eso, me parece, es la definición fundamental del proceso social.”

  • Integraciones e interdependencias:

La llamada a la impureza es otra constante de sus entrevistas. “Salir de lo puro para ir a lo mixto y a lo impuro” no sólo en relación al trabajo de construcción de identidades que nombrábamos antes, sino también en relación al canon:

“La suplantación del canon refuerza la idea de canon y naturalmente la de la autoridad que lo acompaña (…) Mi idea es asimilar a los cánones estas otras líneas contrapuntísticas (…) el estudio de integraciones e interdependencias, en oposición a los estudios dominados por nacionalidades y tradiciones nacionales”.

Coincidiría aquí Said con François Jullien y su teorización del écart.

 

Comparto por tanto por aquí estas líneas de lectura, especialmente por su mirada hacia “las grietas en los muros” por si también alguien necesitase volver a creer en nuestra capacidad de “desarmar el mundo”. Cuídense y envíen flores del jacarandá.

La identidad cultural no existe o el espacio «entre» que nos une

 

Me impulsa a escribir esta entrada (felizmente, por otra parte) el tratamiento dado por El Cultural hace unas semanas al último libro de François Jullien, “La identidad cultural no existe”. Como, desde mi punto de vista, el debate sobre el texto queda totalmente sofocado por los límites de la actualidad política española, quería recuperar aquí algunas de las sugerentes reflexiones que Jullien ha compartido con urgencia en esta obra breve ante la crisis identitaria europea.

Lo común frente a lo uniforme:

Alertado por los procesos de uniformización cultural consustanciales a la actual fase del capitalismo, Jullien contrapone a esta “uniformidad como perversión de lo universal”, activar lo común como dimensión política.

“Sólo si promovemos un común que no sea una reducción a lo uniforme, lo común de esa comunidad será activo y dará lugar efectivamente al compartir.”

Así propone alejarse de la conceptualización de lo común “por asimilación”, como lo similar, para acercarse a lo común como “lo que se comparte”. Sólo desde esta dimensión “de lo común que no es similar” puede haber tanto diálogo cultural como efectividad política.

El universal rebelde:

Partiendo de la insostenibilidad del universalismo occidental impuesto por el uso de la fuerza en todo el globo, propone, sin embargo, no renunciar sin más al horizonte de “lo universal” frente a fragmentaciones identitarias que pudiesen derivar en aislamiento, en base a los siguientes términos:

“El universal por el que hay que militar es, en cambio, un universal rebelde, jamás colmado (…) reabrir intersticios en cada totalidad acabada”

Dialoga esta idea de Jullien con la propuesta de Boaventura de Sousa de impulsar un “cosmopolitismo subalterno” que lleve al centro del debate público el hecho de que la opresión y la exclusión tienen dimensiones que la tradición crítica europea ha ignorado reiteradamente, “la de las condiciones epistemológicas que hacen posible identificar lo que hacemos como pensamiento válido” como afirmaba en «Descolonizar el saber, reinventar el poder». Tanto Jullien como sinólogo o de Sousa desde su apuesta por las Epistemologías del Sur nos obligan a hacer política del conocimiento. Como afirma de Sousa, la injusticia social global está unida a la injusticia cognitiva global. Tal y como se pregunta Jullien:

“Adhiriéndonos a “lo universal,” ¿qué fue lo que abandonamos? (…), ¿cómo se traduce “lo universal” cuando salimos de Europa?”

 

 

El écart o el “entre” activo:

El écart es la idea central que Jullien comparte en el libro, como alternativa a los repliegues esencialistas excluyentes que se están reviviendo en toda Europa.

“Planteo abordar lo diverso de las culturas en términos de écart; en lugar de identidad, en términos de recurso o de fecundidad (…) como figura, no de identificación, sino de exploración, haciendo emerger otros posibles”

“No en términos de diferencia sino de distancia para el posible acercamiento.”

“El écart implica una prospección, vislumbra –sondea- hasta dónde se pueden abrir otras vías, es una figura próxima a la aventura (…) En el écart los dos términos separados permanecen en comparación”

Parte Jullien de la constatación de que el pensamiento occidental no ha sabido pensar el “entre” (“pues el entre no es el ser”) y por tanto no ha podido explorar lo suficiente la vocación ética y política que reside en estos espacios intersticiales, “donde cada uno es desbordado por el otro (…), donde aparecen los recursos”, “donde cada uno es dependiente del otro para conocerse y no puede replegarse sobre lo que sería su identidad”

Este llamamiento a pensar el “entre” que nos acerca, este modo de afrontar el diálogo intercultural entendido en términos espaciales cercanía-lejanía a la que aproximarse sin centralidad jerárquica (no todos estamos alejados de las mismas lejanías), que ha sido mucho más pensado en cosmovisiones no occidentales –pienso en el surgimiento dependiente del budismo- nos sitúa de nuevo ante la urgencia de pensar la “posibilidad”. Vuelve a resonar en mí de Sousa en esta idea de Jullien, en su tantas veces reiterado “lo posible es uno de los conceptos más ignorados de la filosofía occidental” y su llamamiento a prestar atención a los “todavía no” que nos permitirían mayores niveles de acción política transformadora. Concentrarse en los intersticios que dialogan más allá de su “identidad” como propone Jullien, aunque sea un “todavía no” hacia adelante lo que les mueva parece vislumbrarse como camino.

Desde el écart de Jullien, por tanto, se nos estaría invitando a pensar la diversidad no en términos de diferencia sino de distancia, idea ya planteada por el altermundismo como he querido visibilizar aquí.

 

La transformación como “esencia”:

Frente al aplanamiento generado por la uniformización y la violencia del silenciamiento y pérdida de la heterogeneidad interna de toda cultura que residen en los repliegues identitarios y en las esclerotizaciones culturales, Jullien invita a no perder de vista el sentido vivo inherente a la cultura, “lo propio de lo cultural es cambiar y transformarse” (las culturas vivas de Vandana Shiva). Esta idea sería una obviedad no remarcable si a nivel global no se estuviesen enfrentando graves procesos de explotación económica en base a la “turistificación identitaria” (la parque-tematización de las identidades culturales: el «cochinillo-Iglesia-Imperio” castellano o las múltiples denuncias de los pueblos indígenas respecto al uso comercial de sus tradiciones, por ejemplo).

Resistencia de las lenguas:

Como ya hemos venido hablando en otras entradas, se sigue identificando como forma de “resistencia de época”, la resistencia de las lenguas. Dice Jullien:

“Si hablamos un solo idioma, si se pierden las brechas fecundas entre las lenguas, estas no podrán pensarse entre ellas: no permitirán percibir respectivamente sus recursos (…) Los recursos culturales, y ante todo la lengua, se hacen préstamos, se importan, y no pertenecen a nadie. Los recursos sólo existen en la medida en que son activados. Lo propio del recurso es estar disponible, al alcance de la mano, al servicio de la experiencia. Los recursos no se enarbolan. Se agregan sin limitarse. Los recursos se realzan unos a otros y no se excluyen.”

Jullien, al igual que wa Thiong´o, nos obliga a repensar el peso que tiene la lengua en la que se da el diálogo entre culturas, llevando nuestra atención ante la naturalidad con la que hemos aceptado el “globish” como lengua del mundo, oponiendo a este aplastamiento uniforme, “la traducción como lengua del mundo”, identificando en la figura del traductor (lingüístico/intercultural) el agente político transformador para este siglo.