Publicado en Tribuna de Salamanca el 4 de enero de 2016
Hace unos años coordiné y grabé un documental “El sueño del último baobab” sobre la realidad a la que se enfrentan los menores migrantes no acompañados que, en el terror de pateras, cayucos, camiones, travesías imposibles, son expulsados por el hambre, la guerra, la violencia económica de su mundo conocido, el amor a sus familias, sus vínculos más profundos, para enfrentarse, creyendo que en Europa existe su “mañana”, a la ceguera total de este continente que se olvidó muy pronto de su historia y que no sabe abrir los brazos ni a los niños. Les recuerdo ahora, con sus gestos de Mali, Guinea Bissau, Senegal, Marruecos, Gambia cuando azota este domingo el último comunicado de Interpol. Viene también a mi memoria el llanto desgarrador de padres y madres españoles embarcando a sus hijos camino a Rusia protegiéndoles, a base de un sufrimiento personal insoportable, de una guerra que no entendía de edades. Los padres para sus hijos siempre quieren la vida.
Cerca de 10.000 niños refugiados, que viajaban solos, han desaparecido nada más llegar a Europa. Durante el 2015 apróximadamente 270.000 menores no acompañados han cruzado nuestras fronteras, mientras se han consolidado las mafias y se ha construido una infraestructura criminal paneuropea. Junto al enriquecimiento basado en el transporte, alojamiento, medicinas o manutención de quienes huyen del terror y los avisos sobre casos de corrupción entre el funcionariado europeo que debería estar garantizando el cumplimiento de los derechos humanos (por ejemplo denunciado por el alcalde de Roma), se habla de que muchos de estos niños terminarán en manos de redes de tráfico de personas y explotación sexual.
En mi memoria, de nuevo, otra madre de mi país, Pilar Manjón: ¿De qué se ríen, señorías? No sólo existe una correlación pasmosa entre las políticas de migración europeas y suculentos negocios con puertas giratorias, sino que hemos permitido la proliferación de estas redes de tráfico de niños en el mismo seno de la Unión Europea a base de inacción, neoliberalismo feroz, insulto a la soberanía de los Estados y perversión del significado de la Política con mayúsculas que no se entiende fuera del gesto cierto con el que una leona defiende a su camada.
No podemos hablar de una democracia real mientras, en nuestra política exterior, nos desentendamos de nuestras obligaciones internacionales, no garanticemos el derecho de asilo, seamos incapaces de generar vías seguras de acceso a Europa y pongamos los intereses empresariales del centro de Europa por delante de los derechos humanos de cualquiera.
Ahora que estamos en pleno proceso de investidura, qué pasaría, qué pasaría si las diez mil niñas, los diez mil niños desaparecidos sin dejar rastro en esta Europa de Merkel, Le Pen y corifeos de Grandes Coaliciones, qué pasaría si en mitad de sus suntuosos banquetes acorazados de Davos, qué pasaría si ellos, si su protección fuese la única y digna línea roja, qué les pasaría, vociferantes medios, Ibex35, aparatos de partido, qué les pasaría si les mirasen a los ojos, llorasen con sus familias y se conmovieran.