El municipio y los derechos culturales de la ciudadanía

(Este artículo se enmarca en la celebración de la Jornada Cultura y Provincia organizada por la Diputación de Cádiz y su Fundación Provincial de Cultura el 28 de octubre de 2019, un encuentro con concejalías y técnicas de cultura de todo el territorio)

Mi intención con esta intervención, para plasmarlo desde el principio, es reivindicar el protagonismo urgente y necesario que ha de tener la política cultural, especialmente en el nivel más próximo a la ciudadanía, que es el nivel local, en el actual contexto socio-político que estamos viviendo en España, sin olvidar ni por un segundo que nuestros niveles locales cada vez tienen mayor protagonismo en redes de articulación internacional.

Y el eje central de esta reivindicación como actores fundamentales de la política cultural  se va a enmarcar en el hecho de que somos garantes de la protección de uno de los elementos inalienables de los derechos humanos como son los derechos culturales.

Para mí es importante dejar claro el horizonte antes de empezar.

Partiendo de la hipótesis de que no existe municipio que no cuente ya con una política cultural local, aunque sea implícitamente, quiero lanzar también en este espacio una pregunta complicada que empieza con un ¿para qué? Decía Mandela en El largo camino hacia la libertad que la verdadera dimensión de lo político no empezaba nunca desde un ¿por qué? sino desde un ¿para qué? De modo que del binomio «política cultural» vengo a detenerme un poco más en la «política» lanzando la pregunta ¿para qué hacemos política cultural en nuestros municipios?

Después de un tiempo, que ha sido muy necesario, en el que sectorialmente y desde diversas esferas hemos estado muy centrados en cómo hacer política cultural local: todos los debates sobre la necesaria profesionalización de la gestión cultural local, los riesgos del voluntarismo; todo el diálogo sobre las estructuras de gestión, la aparición de las fundaciones de cultura locales, las estructuras mixtas; todo el debate y el paradigma de la participación en el diseño de las políticas culturales locales: los consejos municipales de cultura, la evaluación participativa de los proyectos, la radialización de las estructuras huyendo de la concentración de nuestras programaciones en el centro de nuestros pueblos y ciudades…después, como digo, de todo este esfuerzo intelectual y vital colectivo, siento y quizá sólo sea una percepción personal, que hemos dejado descuidada o al menos hemos dialogado poco a nivel colectivo sobre el para qué hacemos política cultural pública.

Y remarco aquí lo de pública porque mientras tanto el mercado sí ha dado su respuesta: la cultura sirve para hacer negocio; la cultura maridada a un determinado enfoque turístico, para lo que sirve es para desarrollar económicamente nuestros municipios y territorios.

Y sin restarle ninguna importancia al papel económico que puede desempeñar la cultura y que de hecho desempeña, incluso desde este enfoque hemos analizado poco cómo se reparte dicho impacto económico, a quién beneficia y cómo se distribuye, si quizá existen desigualdades de género en el impacto de dicho beneficio económico y si repercute de modo positivo y con qué grados de calidad sobre las políticas locales, territoriales de empleo (siguiendo la estela del modelo de las Escuelas Taller de Santa María la Real o el trabajo realizado en Albarracín, por ejemplo).

 

 

Sin desmerecer, como digo, la potencialidad de esa mirada, el contexto actual nos empuja con urgencia a romper inercias en nuestra reflexión y en nuestro trabajo: no sólo el crecimiento sostenido de la desigualdad en nuestras sociedades, que no para de crecer y que es una máquina de creación de exclusión social; la normalización de un horizonte de vida precarizado, laboralmente, vitalmente, que ha tenido un impacto sobre nuestra percepción cotidiana de la seguridad vital, personal, generando vivencias de profundo desarraigo, de crisis de pertenencia de las que ya estamos viendo monstruos (la búsqueda de chivos expiatorios: islamofobia, presión sobre migrantes y refugiados, repunte del antisemitismo europeo, presión sobre las minorías de todo signo…); la reaparición del odio como atmósfera emocional en un contexto además en el que las migraciones globales han creado una realidad infinitamente más diversa.

Ante este contexto es cierto que los marcos legales culturales internacionales sí han reaccionado antes que el marco español y están marcando la pauta (las Declaraciones de la diversidad de la UNESCO, las relatorías de derechos culturales, etc) introduciendo ya un cambio de discurso y agenda en la política cultural que es necesario que empiece a concretarse ya en nuestros municipios, teniendo en cuenta que España ha ratificado todos estos acuerdos y que por tanto no hay excusa alguna para no actuar.

Teniendo en cuenta todo lo que ya se ha avanzado en esta dirección (especialmente, por ejemplo, la Agenda 21 de la Cultura y todo el trabajo de la UCLG), ¿de qué estaríamos hablando realmente?

De generar políticas culturales locales desde un enfoque de derechos humanos, abriéndonos a una definición y visión de la cultura de corte más antropológico, desplazando un poco el foco de atención desde los objetos culturales y su protección hacia las personas, es decir, hacia la promoción y defensa de los derechos de la ciudadanía a participar en la vida cultural y a exigirnos marcos de promoción y defensa de los derechos culturales (que siguen avanzando hacia su justiciabilidad) en el lugar privilegiado donde se ejercen: tu pueblo y tu ciudad.

Colocándonos en esta nueva posición, abriendo nuestra gestión cultural pública a esta mirada, de pronto se hacen patentes e iluminan otros aspectos que, simplemente, estábamos dando por hecho:

  • que ningún municipio es neutro en su política cultural local, dado que aunque no esté haciendo nada explícitamente, ya hay una política cultural implícita y un posicionamiento que hay que hacer emerger.
  • que todas las políticas locales tienen una dimensión cultural y que es necesario transversalizar nuestra sensibilidad hacia los derechos culturales en toda nuestra acción pública (desde el diseño universal en todos nuestros equipamientos públicos, el respeto a la diversidad cultural y religiosa en nuestros cementerios, los límites a la especulación inmobiliaria y sus efectos sobre bienes de interés cultural, etcétera)

Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de derechos culturales?

Se dice que los derechos culturales refuerzan las nociones de dignidad y pertenencia dentro del universo de los derechos humanos.

Según la Declaración de Friburgo los derechos culturales serían:

– el derecho a la identidad y al patrimonio cultural, teniendo en cuenta la dimensión ampliada hacia el patrimonio natural.

– el derecho a que se respete nuestra identidad cultural en la diversidad de sus modos de expresión, el derecho a conocer nuestra propia cultura y respetar las demás.

– el derecho a elegir identificarse o no con una o varias comunidades culturales y de modificar esta elección (ampliando hacia el derecho a la disidencia cultural, a la protección frente a la fijación y cosificación de nuestras culturas)

– el derecho a nos ser obligados a identificarnos o a ser asimilados a una comunidad cultural contra nuestra voluntad.

– el derecho a acceder y a participar en la vida cultural: expresarnos en nuestra lengua materna, ejercer prácticas culturales y que sean valoradas, acceder a la producción y difusión de bienes y servicios.

– el derecho a ser libres para desarrollar y compartir conocimientos, expresiones culturales, emprender investigaciones y participar en las diferentes formas de creación y sus beneficios, protegiendo nuestros intereses morales y materiales. Ni qué decir tiene la importancia de este punto en entornos de epistemicidio como lo es la ruralidad española o en entornos de expolio cultural y enorme incidencia del mercado negro de arte, tan profundo en Andalucía vinculado al robo arqueológico.

– junto al derecho a la educación y la formación a lo largo de la vida, el derecho a una educación que contribuya al libre y pleno desarrollo de nuestra identidad cultural, el derecho a ser educados en nuestra lengua materna.

-junto al derecho a la libertad de expresión, que incluye el derecho a la libertad de expresión artística, nuestro derecho a la información libre y pluralista, nuestro derecho a acceder a la difusión de información y no sólo a ser receptores pasivos de la misma (fundamental para los procesos de luz de gas que vive, por ejemplo, la España vaciada)

– el derecho a la cooperación cultural, nuestro derecho a ejercer la diplomacia cultural local, a establecer redes de fraternidad así como nuestro derecho a contribuir al desarrollo cultural de nuestras comunidades y a ser tenidos en cuenta respecto a las decisiones que nos conciernen.

Teniendo en cuenta este marco, este paraguas de actuación, vuelvo a la pregunta del comienzo: ¿para qué hacemos política cultural local? Para contribuir a garantizar la protección de los derechos culturales de nuestras vecinas y vecinos (su felicidad, el bien común, la cohesión social, que nadie se quede atrás).

Por tanto, nos asaltan otro tipo de preguntas que se concentran en un estadio previo al de la pura gestión cultural:

  • nuestra política cultural local, ¿qué clima emocional está propiciando?, ¿está polarizando?, ¿creando, sin querer, algún chivo expiatorio?, ¿generando un clima propicio al encuentro o reforzando el individualismo?, ¿qué atmósfera afectiva genera mi acción cultural local?
  • nuestra política cultural local, ¿qué impacto tiene sobre el espacio público?, ¿lo privatiza, lo amplía, lo parquetematiza o falsifica?
  • nuestra política cultural local, desde la clave de los grupos de poder, ¿a quién está dejando fuera, a quién no ve? Haciendo una etnografía de la invisibilidad como ha bautizado el antropólogo Honorio Velasco, ¿hay colectivos totalmente excluidos de nuestra política cultural local?, ¿manifestaciones culturales, etc? ¿Qué barreras simbólicas, comunicacionales detectamos en nuestra política cultural local, no desde la creación de públicos, sino desde un enfoque de derechos humanos?
  • nuestra política cultural local, ¿cómo está protegiendo el derecho a la creación cultural, el sentido de agencia?, ¿está creando horizontes de pasividad?
  • nuestra política cultural local, ¿qué culturas del mérito y del reconocimiento está impulsando?, ¿qué merece loa y boato, qué queda excluido de este mérito?, ¿qué decide musealizar y qué no?, callejeros, edificios municipales, premios y museos locales, hijos e hijas predilectos…¿qué está mereciendo mirada?
  • nuestra política cultural local, ¿qué culturas del duelo promueve?, ¿por quién llora el pueblo?, ¿qué vidas merecen luto y cuáles no? Minutos de silencio, crespones, banderas a media asta…¿por quién doblan las campanas en tu pueblo?
  • nuestra política cultural local ¿está respetando los derechos de los trabajadores y trabajadoras de la cultura?, ¿qué medidas de protección o fomento está desplegando? ¿paga a tiempo, se nos escapa la gratuidad por amor al arte, remuneramos bien? En nuestras políticas locales de empleo y emprendimiento, ¿valoramos la cultura, promovemos y visualizamos otros modelos empresariales, por ejemplo, vinculados a la economía social de la cultura como promueve la Carta cultural iberoamericana?

De lo que se trata, por tanto, es de proteger colectivamente el derecho a definir, a debatir, a la crear la vida cultural en la que nos desenvolvemos, el sentido y el significado profundo de lo que supone el «nosotros», para lo que es fundamental hacer emerger todos estos sobreentendidos, todos estos elementos que se dan por hecho, que son de «sentido común» y que crean la cultura de un pueblo.

Si María Zambrano decía que para construir paz era necesario compartir el pan y la esperanza, ¿qué podríamos hacer nosotros desde nuestro radio concreto de acción en la política cultural municipal para que este compartir fuese cierto y contribuir a garantizar desde la cultura el respeto a los derechos humanos?

Cultura europea en pie (El Correo Vasco, 1 de abril de 2019)

 

 

Muchas gracias a El Correo por publicar Cultura europea en pie, un llamamiento-reflexión sobre la movilización del sector cultural europeo en defensa de la diversidad y la libertad artística ante el nuevo ciclo electoral. Para sumar. Siempre.

Si quieres, puedes leerlo también aquí.

Cultura europea en pie

 

(Todas las imágenes son propiedad de Die Vielen)

 

El pasado 9 de noviembre, efeméride de la noche de los cristales rotos, creadores de todo signo, trabajadoras de instituciones culturales y representantes de todos los ámbitos de la política cultural alemana se manifestaron frente a la puerta de Brandenburgo bajo una bandera insólita. El sector cultural alemán, respondiendo a la invitación de la organización Die Vielen que ha impulsado también la Declaración de Berlín más conocida como el Manifiesto de Los Muchos,  decidió que las mantas térmicas doradas con las que las organizaciones de rescate en el Mediterráneo tratan de llevar algo de calor a los refugiados que llegan a Europa fuesen el nuevo símbolo común bajo el que aglutinar al sector cultural movilizado frente al auge en el país de los discursos del odio y los partidos de extrema derecha.

También la organización europea Culture Action Europe ha lanzado la voz de alarma, llamando a la movilización de todos los artistas, creadoras y sectores de la industria cultural y creativa europeos a través de su campaña #ActForCulture, alertando del grave retroceso en materia de derechos humanos y garantías democráticas que está en juego en las próximas elecciones europeas, buscando la creación de un cortafuegos creativo frente a la propaganda. Compartiendo la reflexión de la filósofa Caroline Emcke, “la imaginación paraliza el odio” llevan meses conjurando los peligros de la abstención y animando a ir a votar en unas elecciones decisivas para el futuro de la Unión Europea. No en vano, el Memorial de Auschwitz se vio forzado hace unos meses a emitir un comunicado condenando el incremento de ataques al recinto por parte de la extrema derecha polaca y la pasividad europea ante el repunte social del antisemitismo, al que se suma en la actualidad el discurso islamófobo que recorre de punta a punta el continente y que en España, en un clima de indiferencia y permisividad generalizado, se concretó en el ataque por parte del grupo neonazi Hogar Social a la madrileña mezquita de la M-30.

 

 

Reconociendo como valores europeos incuestionables la libertad de expresión artística y cultural, la diversidad lingüística y la protección de los derechos culturales, cada vez más organizaciones, como el European Music Council o la Beethoven Orchestra -que ha incluido en los programas de mano de todos sus conciertos la Declaración de Berlín-  están poniendo el foco de atención y llamando a los partidos políticos europeos a posicionarse frente a cuestiones como:

  • ¿qué políticas culturales pretenden implementar para poner fin a los discursos del odio en Europa?
  • ¿qué medidas contemplan para la protección laboral de los trabajadores culturales europeos, cada vez más precarizados y afrontando situaciones de mayor intermitencia?
  • ¿qué partidos se comprometen a garantizar el 1% de los presupuestos de la Unión Europea para la cultura?
  • ¿se está afrontando de alguna manera el cambio cultural insoslayable que ha de acompañar a todas las medidas que se desplieguen frente al cambio climático?

También tanto expertos como organizaciones de defensa del patrimonio europeo están haciendo una llamada al rigor y la responsabilidad colectivas frente a la utilización del patrimonio por parte de las organizaciones neofascistas para el apuntalamiento de identidades excluyentes. Entendiendo que no hay Unión Europea posible sin protección de la diversidad cultural y de sus minorías y que frente al auge de las opciones euroescépticas la defensa de los derechos culturales es una garantía para la protección de las democracias, proyectos de investigación humanística como “El Corán europeo” que dirige la historiadora española Mercedes García Arenal, marcan una línea de acción a potenciar para combatir desde el ámbito científico el peligro de los esencialismos en Europa.

Las recientes declaraciones del gobierno de Bolsonaro respecto a la urgencia de eliminar de los programas formativos y de los libros de texto en todo el país cualquier referencia tanto al movimiento LGTBI como a las propuestas de educación crítica del pedagogo brasileño Paulo Freire, aduciendo el peligro que suponen sus propuestas de cuestionamiento de la autoridad, nos alertan desde el otro lado del Atlántico, de la seriedad de la amenaza a los derechos humanos que está en el centro de la ola regresiva mundial y de la importancia que los partidos reaccionarios otorgan a las medidas de manipulación e ingeniería cultural largamente denunciadas por las relatoras de derechos culturales de Naciones Unidas en todas sus propuestas para la erradicación de los nuevos extremismos y fundamentalismos.

Recuperando el pulso con el que la cultura europea logró frenar en defensa de su propia diversidad a la Organización Mundial del Comercio enarbolando “la excepción cultural” y apelando a la capacidad del arte y la creación para impulsar cambios sociales e incidir sobre nuestra capacidad colectiva para generar otros futuros posibles, se nos convoca ahora, frente al clima de polarización, las propuestas xenófobas y la presión creciente sobre las minorías europeas, especialmente migrantes y refugiados, a estar en primera línea en la protección de los derechos humanos y la democracia en Europa. Estoy convencida de que sabremos hacerlo. Ya lo hicimos muchas veces. Willcommen im Cabaret.

Existir en plural: espacios de la imaginación contra el odio

 

“Es tan sencillo pasar por alto el dolor del otro.”

Elaine Scarry

“Nadie define el nosotros en solitario”

Carolin Emcke

 

Con la crueldad política del cierre de los puertos italianos en portada a las más de seiscientas personas refugiadas necesitadas, en primer lugar, del más elemental de los derechos al reconocimiento de la humanidad común, quería la coincidencia que estuviese leyendo Contra el odio de Carolin Emcke.

En la misma dirección de otros libros de emergencia como fueron Identidades asesinas de Amin Maalouf o Identidad y violencia de Amartya Sen, la filósofa alemana se ha sentado a escribir con la urgencia sentida ante las explosiones sociales de odio vividas en su país (aunque no sólo) frente a la llegada de refugiados. Ante la constatación de la permisividad y normalidad con la que estamos asistiendo al crecimiento del clima de fanatismo en toda Europa, aporta Emcke en este libro algunos conceptos que me resultan interesantes y útiles para ampliar nuestra mirada.

  • Retórica para la transformación social: en la línea de grandes lingüistas y comparatistas literarios y como cada vez que el fantasma del fascismo vuelve a entrar en escena, Emcke pone en el centro la necesidad de afianzar nuestras capacidades críticas colectivas frente a los usos del lenguaje y las narrativas del odio. Humanistas y lingüistas aparecen como actores clave para protagonizar esta labor de prevención colectiva (no en balde, la UNESCO usa un eslogan en la misma dirección en todas sus campañas de educación contra el antisemitismo: “El Holocausto empezó en las palabras”)

Dice Emcke:

“Observar el funcionamiento del odio siempre implica señalar en qué casos habría sido posible hacer otra cosa, cuándo alguien podría haber tomado otra decisión, en qué circunstancias alguien podría haber intervenido, cuándo alguien podría haber renunciado. Analizar las estrategias retóricas, las metáforas y demás imágenes que generan y canalizan el odio entraña siempre la determinación de mostrar aquellos puntos del entramado narrativo por donde el odio y la violencia pueden ser interrumpidos y socavados.”

Si según Didier Eribon, en cita de Emcke, los grupos y entornos especialmente proclives al fanatismo y el racismo son aquellos que construyen su cohesión alrededor de su sentimiento de impotencia frente a la realidad social, es obvio el papel incendiario que pueden desempeñar determinados modelos de comunicación para reforzar dicha sensación colectiva de impotencia.

 

  • Muy interesante, y no por mil veces repetido deja de ser una emergencia, es la llamada hacia nuestra capacidad colectiva de detectar e intervenir sobre los actuales Regímenes de mirada por los que solo vemos a los individuos como representantes de colectivos, “en bloque” (“están viendo a unas personas asustadas, pero no perciben el miedo ni a las personas”):

“No ser visto ni reconocido, ser invisible para los demás, es la forma de desprecio más esencial. Los invisibles, los que no son percibidos en la sociedad, no pertenecen a ningún nosotros.”

“¿Qué tipo de afectos promueven esa forma de mirar que hace que unos sean visibles y otros invisibles? ¿Qué ideas alimentan esa actitud que anula o enmascara a los demás? ¿Quién o qué conforma esa actitud? ¿Cómo se transmite? ¿Qué relatos históricos sustentan esos regímenes de miradas que distorsionan y ocultan a las personas? ¿En qué marco se fijan los patrones interpretativos según los cuales determinadas personas son catalogadas como invisibles e insignificantes o como amenazantes y peligrosas?”

 

 

  • Una nueva dimensión del “odio espectáculo”: Nos llama Emcke a no pasar por alto, si bien fruto de una larguísima herencia histórica, la necesidad de articular medidas de resistencia civil ante las nuevas escenificaciones del odio “que se dirige contra unas víctimas que no pueden negarse a participar en una escenificación que los denigra”. Entiende como parte de esta escenificación (no sólo con la viralidad de las redes al fondo) aquella caja de resonancia necesaria formada a base de silencio que reafirma las prácticas cotidianas de exclusión que recuerdan a las víctimas del odio el hecho de que su vulnerabilidad puede ser atacada arbitrariamente por cualquiera y en cualquier momento. Emcke nos llama a reflexionar como sociedad sobre el hecho de que el odio no necesita una base ni un pretexto real, le basta con la proyección y fabrica su propio objeto a medida. ¿Qué estrategias de cortafuegos podemos desarrollar como sociedad frente a ello?

 

  • Su apuesta por el desarrollo de una nueva cultura política del error y la duda me ha resultado inspiradora:

“Para los representantes políticos, reconocer posibles errores en su forma de pensar y de actuar es tan elemental como para los medios de comunicación y los miembros de la sociedad civil.”

No sólo aboga Carolin Emcke por el reconocimiento y visibilización de los errores en sí, como medida contrapuesta a la seguridad total y certeza absoluta que necesita el odio, sino a la clarificación de nuestras perspectivas, a nuestra capacidad de crítica de nuestros propios esquemas perceptivos que pueden estar equivocados en mil formas diferentes y no sólo por tiempo y lugar y al reconocimiento de los límites de nuestros propios cánones de conocimiento que imposibilitan en muchas ocasiones el reconocimiento de la diversidad (“la resistencia civil contra el odio también implica, a mi modo de ver, reconquistar los espacios de la imaginación”)

 

 

  • Me interesa especialmente, aunque está tratado de un modo muy somero en el libro, la identificación de una tendencia creciente en toda Europa (y que se ha visto de un modo terrible en los ataques al memorial de Auschwitz en Polonia): la utilización por parte de los partidos neofascistas de las instituciones culturales, especialmente las vinculadas a las políticas de patrimonio, para la construcción de un concepto de identidad nacional con carácter sustancial y basado en la exclusión. Creo que es un tema que habría que abordar con urgencia en este 2018, Año Europeo del Patrimonio.

 

Cierro mi lectura urgente de un libro de emergencia con una de sus reflexiones finales, el hecho de que “nadie define el nosotros en solitario”, el nuevo llamamiento al reconocimiento urgente de nuestra interdependencia y su hermosa manera de nombrarlo para este final: “existir en plural”.

 

 

 

Resistencia cultural frente a la nueva estetización del fascismo

Seguía estas últimas semanas los resultados de los procesos electorales europeos con preocupación creciente ante la progresiva entrada de los partidos fascistas en los parlamentos de Europa. Ante la pauta común del discurso anti-inmigración, la persecución de los refugiados y la islamofobia como elementos de movilización electoral, desde la República Checa se añadía, por si a estas alturas quedase algún fantasma del siglo XX sin resucitar, el discurso anti-gitano y la llamada a la persecución y demonización de los doce millones de ciudadanas y ciudadanos romaníes de la Unión Europea.

El hecho de que los partidos liberales se hayan apropiado de los programas de la ultra-derecha y hayan hecho suya su agenda, como el partido ultra-derechista y antisemita austriaco FPö ha repetido una y otra vez ante la victoria de Kurz (con quien formará gobierno), nos confrontan con los procesos que están construyendo la normalización social y cultural del nuevo fascismo europeo y con nuestra propia capacidad, tanto desde las relaciones culturales internacionales como desde el diseño de políticas públicas educativas y culturales para hacer frente a la permisividad del odio.

Haciendo un barrido mediático de la cobertura de los últimos procesos electorales, me frenó en seco el auge de artículos de formato “publi-reportaje de moda” (aquí un ejemplo de estetización del giro ultraderechista austriaco) que, obviando contextos, silenciando propuestas políticas e invisibilizando las consecuencias concretas (sobre los cuerpos concretos) de estas mismas políticas, están arropando estéticamente el discurso del odio europeo. Contribuyendo a enmascarar el fascismo de “mano dura” bajo el arquetipo masculino del tiburón de éxito neoliberal representado para el consumo masivo a través de la réplica estética del Christian Grey de 50 sombras, asistimos a una nueva vuelta de tuerca de la utilización del enmascaramiento propia del fascismo.

Ante esta construcción mediática de “embellecimiento del odio y la exclusión” recordé, por puro paralelismo, dos obras clave que en los últimos años ya alertaron y pusieron el foco sobre la necesaria resistencia ante la manipulación estética y comunicativa del odio.

Si por una parte Juan Mayorga en su obra Himmelweg (para mí en aquel montaje con un Pere Ponce que no olvidaré jamás) nos confronta con nuestra propia pasividad ante el modo en el que “nos construyen” los relatos y las imágenes de lo que realmente acontece así como nos obliga a cuestionarnos sobre el papel del arte y en concreto el teatro, ante la espectacularización creciente de la dominación, que maneja a su antojo la mirada del “público” y los procesos mediáticos de ocultamiento, recordé también el documental El último de los injustos que recoge una serie minuciosa de entrevistas de Claude Lanzmann a Benjamin Murmelstein, último presidente del Consejo Judío, encargado de las labores de “embellecimiento” del campo de concentración de Theresienstadt, uno de los campos modelo de enmascaramiento diseñados por el nazismo.

Ante el desolador comienzo “yo sobreviví porque tenía un cuento que contar que a ellos les interesaba” resulta de especial relevancia para el momento actual la reflexión realizada por Murmelstein acerca de la legitimación y normalización social y cultural  de la corrupción que, en su opinión, fue el caldo de cultivo propicio para la articulación de la tergiversación de la realidad necesaria para la ejecución de la “Solución Final”. Desde su punto de vista, la instauración de la simulación generalizada que permitía el sostenimiento de las grandes cadenas de corrupción en la jerarquía nazi, supuso el paso material previo que sostuvo la construcción cultural de la mentira y la negación propiciadas por el nazismo ante el genocidio judío, la perversión del lenguaje que lo arropó y la normalización del colapso de la experiencia directa de la realidad (me hizo recordar la huelga de “no cobrar” el “salario” de las “voluntarias para trabajar” que impulsó la superviviente antifascista Neus Catalá en Ravensbruck rompiendo la prostitución del lenguaje nazi reivindicándose como la prisionera real que era).

Si bien en los últimos años se han planteado a nivel internacional propuestas marco educativas para la prevención de la construcción cultural de chivos expiatorios, la deshumanización y la prevención del genocidio, especialmente a través de la Educación sobre el Holocausto y la promoción de la Educación para la Ciudadanía Mundial, me pregunto si el enfoque memorial de estas iniciativas no nos está impidiendo tomar consciencia de la urgencia del hoy.

La necesidad acuciante de formación de públicos críticos mediáticos, la nueva alfabetización informacional, especialmente la vinculada a los soportes audiovisuales, la desarticulación de la ya muy real y muy avanzada islamofobia en toda Europa, nuevos acercamientos de aprendizaje sobre cómo se legitimó el antisemitismo que nos permitan comprender claves para actuar en la prevención del odio hoy, la dotación de herramientas críticas frente a la manipulación del lenguaje, el desarbolamiento del cinismo cultural que legitima la corrupción y allana la manipulación autoritaria, la emergencia de articular nuevos mecanismos de protección de las minorías europeas ante el nuevo escenario político, así como la necesidad de contestar y contrarrestar estéticamente el embalaje con lazo en el que mediáticamente se están envolviendo los discursos del odio necesitan de toda nuestra inteligencia, entusiasmo y organización, no vinculados en exclusiva al sostenimiento de los procesos memoriales del pasado, sino al urgente HOY.