Culturas de la obediencia

 

(Todas las imágenes son obras del fotógrafo iraní Abbas recogidas en su retrospectiva programada hasta el 28 de octubre en Valladolid)

 

Que no nos sean invisibles

las consecuencias de nuestras palabras,

que no nos sean invisibles

las consecuencias de nuestros actos.

 

Con el escándalo del más de un millar de casos de abusos sexuales desvelados en la Iglesia católica de Pensilvania aún en la retina y cuestionándome cómo lograremos colectivamente que en la próxima Comisión de la Verdad en España la violencia sexual (de la que hemos venido hablando ya aquí y aquí), especialmente la que se ejerció con total impunidad no sólo sobre las mujeres, sino sobre los niños (hoy señores entre 60 y 70 años que se llevarán consigo el “secreto” a la tumba), sea uno de los ejes centrales para llegar a comprender la magnitud del dolor sobre el que decidimos pasar por alto para construir nuestra actual democracia, volvía a detenerme una vez más sobre la construcción de las culturas de la obediencia, apuntaladas sobre el silencio, la indiferencia y la ocultación de la verdad.

Confrontando el caso estadounidense, por sus pautas de complicidad burocratizada, también con algunos de los mecanismos que permitieron la desaparición de los más de 300.000 bebés robados aún impune en España, me detenía en alguna de las ideas que ya compartió Zygmunt Bauman en “Modernidad y Holocausto”, aunque especialmente en su lectura de las investigaciones de Milgram recogidas en “Obediencia a la autoridad”.

Entre los elementos que destacó Bauman como constitutivos de las Culturas de la Obediencia (organizaciones con cadenas de mando: iglesias, ejército, partidos políticos…pero no sólo), destacarían, por su contribución a la normalización de la crueldad:

 

SOUTH AFRICA.
Durban. 1978. The Turf Club. Blacks, white and Indian.

 

  • El aumento de la distancia física y psicológica entre los actos y sus efectos, es decir, la manipulación de la distancia psicológica, que se logra recurriendo a dos mecanismos: la sustitución de la responsabilidad moral por la disciplina (por lo que cualquier intento de revisión y cuestionamiento de dichas disciplinas se convierte en tabú grupal) y el uso de la organización (de la estructura organizativa en sí) como instrumento para borrar toda responsabilidad personal (“ya lo habrán pensado los de arriba”, o bien “ya se le echará el muerto a otro”). En esta dificultad para establecer relaciones causales entre acciones y resultados (“yo incito al odio, pero no es a mí a quien llega el puñetazo”) es donde sitúa Bauman el nudo gordiano de la construcción de obediencia denegadora de ética. El alejar las consecuencias reales tanto de discursos y acciones de sus efectos, a través tanto del aumento de personas intermediarias en las jerarquías lineales de subordinación como de la invisibilización psicológica de las víctimas contribuyen a la generación de climas de responsabilidad trasladada a través de los que nadie hace frente a las derivas perversas de la acción.

 

  • Para que el mantenimiento de estas jerarquías lineales de subordinación sea posible es necesario que se produzca un clima de indiferencia moral que se viene consiguiendo a través de las siguientes prácticas: a) la manipulación retórica para la invisibilización tanto de los daños como de la humanidad de las víctimas: toda la retórica con la que se han maquillado los casos de pederastia en los informes eclesiásticos como desvíos, debilidades, traslados por necesidades del servicio, jubilaciones junto a los infinitos e “inocentes” pequeños actos de manipulación de la gestión y las rutinas institucionales ilustran este punto. Señala Bauman como síntoma la desaparición progresiva de los nombres propios, señal de la deshumanización triunfal que reside en la equiparación persona-función ya que también “el lenguaje en el cual se narran las cosas que les ocurren o les hacen (a las víctimas) salvaguarda a sus referentes de cualquier evaluación ética”. b) En esta progresiva articulación de rutinas deshumanizadoras (en las que aún, pero cada vez menos, se someten los fines a evaluación moral, pero ya no los medios), se impone un nuevo lenguaje de la moralidad:

 

“Dentro del sistema burocrático de autoridad, el lenguaje de la moralidad adquiere un nuevo vocabulario. Está plagado de conceptos como lealtad, deber y disciplina: todos ellos señalan a los superiores como objeto supremo de preocupación moral y, al mismo tiempo, como definitiva autoridad moral.”

 

CHILE. Santiago. The army celebrates the 10th anniversary of General Augusto PINOCHET’s Coup d’Etat with a parade inside a barrack. 1983.

 

“Como dice Milgram, la persona subordinada siente orgullo o vergüenza, dependiendo de lo bien que haya realizado las acciones exigidas por la autoridad… El superego pasa de una evaluación de la bondad o la maldad de los actos a una valoración de lo bien o mal que uno funciona dentro del sistema de autoridad”

 

“Gracias al honor, la disciplina sustituye a la responsabilidad moral”

 

Este último punto nos lleva al sistema de premios y castigos dentro de estas organizaciones, orientado a reforzar la sensación de obligación mutua (“no puedo fallarles”, «pero cómo nos haces esto»), así como a incrementar la noción de ganancia con la permanencia frente al precio, cada vez mayor “de abandonar”. En esta construcción burocrática de lealtades organizativas deshumanizadoras, juega un papel determinante lo que la maestra Dolores Juliano ha denominado como la manipulación de los “criterios de credibilidad”, el monopolio de la veracidad como atributo del poder. En el relato de una de las víctimas de abuso de los EEUU en el que contaba cómo el sacerdote pederasta le repetía insistentemente quién habría de creer su testimonio frente a la palabra de un elegido de Dios, encontramos descarnadamente este uso. Este mismo patrón se repite una y otra vez en los testimonios de robos de bebés en España.

IRAN: TEHRAN January 1979.
After a pro Shah demonstration at the Amjadiyeh Stadium, a woman believed to be pro Shah supporter is lynched by a Revolutionary mob.

Por ello, por la relevancia que tiene para nuestro presente la línea de investigación que Bauman bautizó como la “producción social de la indiferencia moral y la invisibilidad” así como el análisis de las tecnologías de la segregación y la separación, me parece importante plantear:

 

  • ¿cómo resituamos el peso de la responsabilidad personal de palabras y actos para no excluir el carácter ético de los mismos?, ¿cómo aumentamos el nivel de consciencia del resultado final de discurso y acción en mitad del aluvión de estímulos que ejercen presión en sentido contrario?

 

  • ¿cómo abordamos el hecho (sí, otra vez, aquí estamos) en palabras de Bauman de que “la crueldad tiene escasa conexión con las características personales de los que la perpetran y sí tiene una fuerte conexión con la relación de autoridad y subordinación, con nuestra normal y cotidiana estructura de poder y obediencia”?

 

  • Insistiendo en la protección del pluralismo como el único freno conocido de emergencia, ¿cómo llevamos nuestra política pública a la “esencial responsabilidad humana por el Otro”?

La voz legítima: feminismo y derechos culturales

(Gracias a Pikara Magazine por publicar una versión resumida de este artículo.)

 

(Ilustraciones de Mercedes deBellard con fuente de Silvia Fernández)

(Lo que vas a leer fue contado primero de viva voz y con alegría gracias a la invitación de la Universidad de Aguascalientes a su IV Cátedra en Arte y Cultura celebrada en el Instituto de México en España)

Los procesos de deslegitimación de la palabra pública de las mujeres que hemos vivido en las últimas semanas en España me llevaban a reflexionar sobre la urgencia de consolidar una nueva narrativa de los derechos culturales en nuestro país desde una perspectiva feminista, identificando cinco grandes desafíos a los que nuestras políticas culturales – en interrelación con las políticas económicas, sociales y ambientales- tendrán que dar respuesta tanto en el presente más inmediato como en el inminente medio plazo si realmente quieren promover, como oímos repetir últimamente en tantos discursos para la foto, la dimensión de los derechos culturales dentro de la defensa de los derechos humanos de las mujeres y las niñas.

Una política cultural a través de la que pongamos en el centro la promoción de nuestros derechos culturales  debería ser sensible a:

1.- El avance de los discursos del odio y la construcción de nuevos chivos expiatorios en Europa, como estamos viendo, entre otras con la presión creciente a las minorías europeas (en la resurrección de las leyes antigitanos en Eslovaquia, por ejemplo o la creciente islamofobia) que afectan directamente a las mujeres y niñas de las minorías españolas, a nuestras mujeres migrantes y refugiadas. También debería ser una política cultural que diera respuesta al auge de los nuevos procesos y discursos racistas y deshumanizadores así como a la creciente criminalización de nuestras comunicadoras y artistas.

 

2.- El auge de nuevos modelos de extremismo y fundamentalismo religioso y su presión sobre los derechos humanos y la corporalidad de las mujeres, que en tiempos de políticas de austeridad y recortes educativos han cobrado nueva fuerza, legitimidad y posiciones estratégicas de poder en nuestro ámbito educativo.

 

3.- La consolidación del paradigma de libre comercio y la firma regional de tratados comerciales que tienen un impacto devastador tanto sobre las políticas de igualdad, consideradas como costes y por tanto como medidas a desmantelar, así como sobre la protección de la diversidad cultural y sus expresiones (especialmente en el caso europeo la protección de la diversidad lingüística o las medidas de promoción local de las culturas gastronómicas, con un impacto directo sobre el empleo de las mujeres rurales). De igual manera, el auge de dichos tratados contribuye, aún más, al desmantelamiento europeo de la cultura entendida como servicio público  dificultando enormemente la gestión cultural en el nivel local, especialmente a través de las modificaciones en las normas de contratación pública con criterios sociales o de proximidad.

 

 

4.- La realidad acuciante del cambio climático, que están afrontando a cuerpo descubierto y en primera línea las mujeres del Sur global y que junto a los interesantes procesos internacionales de negociación de nuevos marcos de protección del derecho a la tierra y la soberanía alimentaria de los pueblos y la creación de un documento vinculante que impida la vulneración de derechos humanos por parte de las transnacionales nos obligan a dar nuevas respuestas para la protección del patrimonio natural ante la presión del sector agro-industrial y extractivo, su impacto sobre la protección de los paisajes culturales y la protección de las culturales rurales europeas (en proceso de parque-tematización por un lado o desaparición por otro). De igual manera tendremos que hacer frente en Europa a los modelos de relación entre cultura y territorios frente al actual modelo turístico, así como repensar qué papel podría desempeñar la economía social de la cultura como alternativa de empleo para las mujeres, piedra angular de la supervivencia rural en nuestro país, que pudiese ayudar a frenar los procesos de desarticulación territorial que vive España.

 

5.- Tendremos que afrontar también desde las políticas culturales qué papel queremos y podemos jugar como contrapeso de las actuales políticas de seguridad de la Unión Europea y cómo podemos afrontar y desde qué actuaciones, tal y como nos está enseñando Angela Davis, la presión creciente de las multinacionales de seguridad privada en todo el globo, en el caso español de modo lacerante en el Mediterráneo. Cómo vamos a introducir con fuerza la perspectiva de género en nuestras relaciones culturales internacionales, en nuestra cooperación cultural internacional y cómo puede incidir el feminismo en la carrera diplomática. Cómo vamos a redefinir nuestra diplomacia cultural para cambiar su lógica desde el actual “ornato previo a la firma de acuerdos comerciales” hacia una auténtica labor diplomática asentada en un enfoque de derechos humanos.

 

Ante la situación de emergencia glocal que describen estos cinco ejes, que se suman a los grandes procesos no resueltos del desequilibrio comercial cultural Norte-Sur, la protección de la diversidad de fuentes de producción, difusión y distribución comercial cultural y las medidas que garanticen su acceso a las mujeres y que nos permitan afrontar los procesos de homogeneización cultural mundial, junto a la presión aún en pie del canon eurocéntrico, este modelo que se ha pretendido universal y que es Norte, varón, blanco, adulto, burgués, heterosexual y capacitista, me parece una medida de acción urgente situarnos en un marco que comprenda la política cultural como una política de derechos humanos.

 

Reconociendo el papel que juega la protección y promoción de los derechos culturales tanto en la Agenda 21 de la Cultura como en la Carta Cultural Iberoamericana, especialmente en su apuesta por la economía social y solidaria en el campo de la cultura, quiero poner en valor, por las vías de acción práctica y la orientación estratégica que han venido desarrollando las Relatoras de derechos culturales de la ONU, Farida Shaheed y Karima Bennoune, para las que la protección los derechos culturales de las mujeres ha sido una prioridad.

 

 

De su trabajo, en colaboración y escucha permanente con organizaciones y movimientos feministas internacionales, ha emergido un cambio de paradigma clave para la protección de los derechos culturales de las mujeres en todo el mundo, cambiando la perspectiva desde un discurso que consideraba la cultura (tradiciones, costumbres, prácticas) como un obstáculo que se interponía en el camino hacia el empoderamiento de las mujeres y las niñas, virando el enfoque hacia la exigencia de garantías de igualdad en el disfrute de los derechos culturales de las mujeres como elemento de protección de su dignidad. Ha sido muy interesante lograr en los últimos años la ruptura de la noción estática de cultura frente a nuevos abordajes (ya muy consolidados en las ciencias sociales y los estudios culturales) que consideran la cultura como un campo de poder en disputa y permanente tensión en el que las desigualdades en el acceso a los recursos económicos, políticos, simbólicos, dejan su huella profunda.

Así la pelea actual por los derechos culturales de las mujeres no se está centrando tanto, siendo fundamental también,  en el acceso, participación en la vida cultural y promoción de la creación de las mujeres, sino de un modo creciente en el papel que juegan en la construcción de la identidad de sus pueblos y la articulación de proyectos y relatos de país, dado que la identidad de un país está íntimamente ligada a la forma en la que garantiza el ejercicio de los derechos culturales a su ciudadanía.

De ahí que las preguntas que desde esta perspectiva están llegando a la agenda pública sean:

  • Qué tradiciones, qué valores, qué prácticas culturales deben mantenerse, modificarse o abandonarse definitivamente.
  • Cómo están participando las mujeres en estos debates públicos y en qué condiciones, qué miembros de la comunidad, del país, están facultados para definir la identidad cultural y el significado de ésta.
  • Por el carácter estratégico que juegan las políticas de patrimonio como apoyo simbólico (y reflejo más evidente de los relatos y estructuras de poder), ¿qué papel están desempeñando las mujeres (y en general todos los colectivos que quedan fuera del “universal reducido”) en los procesos de identificación e interpretación del patrimonio, del legado recibido a través de las generaciones que nos ha permitido ser quienes somos?

 

 

Así, el trabajo a favor de los derechos culturales de las mujeres está desbordando el paradigma de la cultura circunscrita a las bellas artes e incluso el paradigma de la cultura entendida exclusivamente en su papel industrial, para situarse en la reivindicación de la libertad para rebatir los discursos hegemónicos y las normas culturales impuestas y tomar para sí tanto la capacidad para dar nueva vida a los significados como su protagonismo a la hora de decidir en pie de igualdad qué queremos transmitir como país a las generaciones futuras, qué queremos preservar o transmitir y  bajo qué dimensión de valores estamos comprendiendo nosotras el patrimonio y “la herencia”. ¿Cómo se está negociando qué eventos o duelos de país merecen o no merecen procesos memoriales? , ¿cómo estamos creando fechas conmemorativas de país y bajo qué criterios? Por ejemplo, la ausencia total de procesos memoriales o simbólicos de duelo público (monumentalidad, programaciones culturales temáticas y de “Estado”, días memoriales adscritos etc.) que hagan referencia a la violencia sexual sufrida durante la Guerra Civil española o a la desaparición y robo de bebés durante nuestra dictadura y reciente democracia serviría como punta de lanza para comprender esta cuestión. La reciente acción de guerrilla artística por parte de Madridiversa rebautizando el Paseo del Doctor Vallejo Nágera como Paseo de los Bebés Robados muestran en la acción esta temática.

De igual manera frente a la presión que enfrentan muchas mujeres en todo el globo para  perpetuar o convertirse en guardianas de la reproducción de la cultura dominante, desde las políticas culturales que ponen en el centro la promoción de los derechos culturales de las mujeres se está enfocando la acción hacia la recuperación de todo el legado histórico de impugnación de las normas y valores culturales dominantes realizado por ellas.

Quería señalar la importancia, por tanto, de denunciar la exclusión e invisibilización que sufren las mujeres como creadoras de cultura y conocimiento, no sólo en la dimensión de la creación de bienes, artefactos, productos culturales, sino en esta dimensión más antropológica como articuladoras y creadoras de proyectos de significación regionales y proyectos de país.

Si, como ha dicho Alain Touraine, la disputa por la ampliación de los derechos culturales será la batalla clave de nuestro siglo XXI, tendremos que estar especialmente atentas a cómo construyen nuestras sociedades la exclusión de su disfrute. Si la ausencia de protección de los derechos culturales incide directamente sobre el sentido de pertenencia social y dignidad humana, jugando un papel determinante tanto para la feminización de la pobreza como para la creación de colectivos en riesgo de exclusión, tendremos que articular políticas culturales sensibles a:

  • ¿quiénes están siendo excluidas de la negociación de los significados sociales? Pensando en esta cuestión me reía mucho hace unos días cuando, ante una cascada de exabruptos por lo inadecuado e incomprensible que era para algunos la inclusión de la ilustración de una mujer asiática en la cartelería de las madrileñas fiestas de San Isidro de este año, una genia en redes contestó: “Pero compañeros, ¿dónde vais con mantón de Manila, dónde vais con vestido chiné?” Genia.
  • ¿a quiénes se les está negando el acceso a los espacios de palabra pública y toma de decisión?
  • ¿quiénes están siendo “humilladas epistémicamente”, a quienes no se está reconociendo como creadoras de conocimiento o cultura válidos?, ¿quiénes están creando “cultura que no vale”, “cultura que no es verdadera cultura” en nuestra sociedad, quedando desprotegidas ante la presión del extractivismo cognitivo ante el actual paradigma de comercio? Los procesos de apropiación por parte de multinacionales textiles españolas de diseños artesanales mexicanos, concretamente los tenangos, sin contraprestación económica alguna a las artesanas y sus comunidades, visibilizan de modo alarmante esta cuestión.
  • ¿a quién se le está diciendo en nuestros procesos de diseño de políticas culturales: “tú quién eres para hablar”: a nuestro medio rural, a nuestras mujeres mayores, a nuestra diversidad funcional y mental, a nuestras niñas, a quién?

 

 

Me apoyo para esta reivindicación de la protección de los derechos culturales de las mujeres entendidos como los apoyos necesarios para garantizar y proteger la legitimidad de su propia experiencia y voz, tanto en la socióloga Silvia Rivera Cusicanqui que está impulsándonos “a plantear políticamente las luchas de poder por las que se construye la palabra legítima en nuestras sociedades” (y que hemos aprendido a fuego con la sentencia del caso de La Manada) como en la aportación de la filósofa feminista Miranda Fricker, que está dirigiendo nuestra mirada hacia el hecho de que no podemos hablar de sociedades que respetan los derechos culturales, y mucho menos los de las mujeres, si no cuestionamos cómo estamos construyendo en nuestras democracias nuestras “economías de la credibilidad”.

 

Así, nuestras políticas culturales tendrán que desarrollar una nueva sensibilidad hacia la injusticia testimonial, en palabras de Fricker:

  • “La identificación de cuándo los prejuicios identitarios llevan a un oyente a otorgar a las palabras de un hablante un grado de credibilidad disminuido”

que se comprende de un modo inmediato, por ejemplo, al escuchar a las mujeres del documental de José Heredia “El Amor y la Ira: cartografía del acoso antigitano en España”

Y una nueva sensibilidad hacia la injusticia hermenéutica:

  • “Cuando nos faltan los recursos de interpretación colectivos que sitúan a alguien, a colectivos completos, en situación de desventaja injusta en lo relativo a la comprensión de sus experiencias sociales.”

Idea que llegamos a hacer cuerpo escuchando a las mujeres con discapacidad intelectual que tienen que afrontar procesos de esterilización forzosa en España o a quienes pelean por el derecho a la creación cultural de las personas con diversidad funcional.

 

Comprendiendo que es en esta construcción y reconocimiento social de la legitimidad de la voz el proceso a través del cual se comprende mejor la indivisibilidad de los derechos culturales de las mujeres en relación al resto de sus derechos humanos, al intuir de modo inmediato la violencia extrema que reside en la negación de la experiencia e interpretación de la realidad del otro y su condena social al silencio, creo que queda del todo claro que es urgente situarnos en el paradigma de las políticas culturales desde un enfoque feminista y de derechos humanos, entendiendo que no podemos permitirnos el lujo de seguir hablando de democracia, sin que se respete, de hecho, la verdadera democracia cultural.

De los debates sobre humanismo global

(Ilustraciones de Miguel Ángel Ávila Lombana)

 

 

“Todo el mundo es extranjero para alguna otra tradición o identidad adyacente a la propia.”

Edward Said

 

“Lo que los seres humanos tienen en común no es la racionalidad,

sino el hecho ontológico de su mortalidad; no es su capacidad de razonar,

sino su vulnerabilidad al sufrimiento.”

Bonnie Honig

 

En el inicio de esta década, allá por mayo del 2010, la UNESCO se propuso abrir un nuevo debate mundial que, partiendo de la escalada de las prácticas de deshumanización concretas en todo el globo, se plantease qué significaría impulsar un nuevo humanismo para el siglo XXI. A partir de la pregunta central ¿qué significa el hecho de vivir con dignidad la vida humana? y asumiendo tanto la crisis de “lo universal” como su pasado sangriento, impelida por los nuevos escenarios de privatización de la seguridad, las nuevas políticas de vigilancia y la creación de facto de un planeta de refugiados, los debates acaecidos allá por el 2010 se plantearon:

  • ¿cómo podríamos pensar colectivamente un nuevo humanismo post-colonial?, ¿qué significaría dialogar con la diversidad internacional de tradiciones humanistas con el fin de construir un humanismo intercultural para la ciudadanía global?
  • ¿qué supondría avanzar en este humanismo global en su dimensión práctica?, ¿qué compromisos concretos adquiriría respecto a la protección de la vida digna en todas las partes del globo?
  • ¿cómo incorporaríamos a este debate mundial la necesidad de desmontar la distinción tajante entre hombre y naturaleza de sesgo eurocéntrico?, ¿cómo podría ayudarnos este humanismo global a caminar hacia la protección de las generaciones venideras?
  • ¿cómo se definiría y construiría la pertenencia, el sentido de pertenencia desde este humanismo global?

Teniendo en cuenta que este marco de diálogo se ha visto desbordado en los últimos años y dentro de la UNESCO ha virado hacia programas de urgencia relativos a la prevención y actuación ante el auge del discurso del odio y los nuevos procesos de extremismo  y fundamentalismo violento, quería tomar de la mano por un momento (afortunada yo) a Edward Said que dedicó los últimos esfuerzos de su vida a reflexionar sobre las potencialidades democráticas del humanismo, al menos para cuestionarnos si el carpetazo dado en programas y presupuestos a esta conversación mundial, se ha dado por agotamiento o podría iluminar algunas emergencias del hoy.

Tal y como Said se enfrentó a la cuestión en “Humanismo y crítica democrática: la responsabilidad pública de escritores e intelectuales”:

“El humanismo podría ser un proceso democrático que diera lugar a una mentalidad crítica cada vez más libre (…) Comprender el humanismo en su conjunto, para nosotros, significa comprender que se trata de algo democrático, abierto a todas las clases y trayectorias sociales, y entendido como un proceso de revelación, descubrimiento, autocrítica y liberación. Obtiene su fuerza y relevancia de su carácter democrático, secular y abierto (…) No hay contradicción alguna entre la práctica del humanismo y la práctica de la ciudadanía participativa.”

 

 

Así Said, conjurando los cantos de sirena del siglo XX que promulgaron un retorno a las torres de marfil frente a la irrupción abrupta de las identidades (“la literatura de los esclavos, los pobres y las minorías”) y los imperativos de la realidad socio-económica, situó la supervivencia de la educación humanística precisamente en el escrutinio crítico de toda tergiversación del poder y sus lenguajes así como en la resistencia a los estereotipos, la supervivencia humanística por la vía de la mundanidad. Así, la capacidad de ofrecer alternativas de conocimiento silenciadas o no disponibles en los medios de comunicación, la labor de invalidación y desmantelamiento de representaciones prefabricadas, cosificadas o directamente deshumanizadoras, así como la desmitificación de las múltiples “supremacías” se erigirían como programa clave de acción para el humanismo del siglo XXI:

“Jamás ha habido una ignominiosa injusticia secreta, ni un cruel castigo colectivo, ni un plan de dominación imperialista manifiesto que no pudieran ponerse al descubierto, explicarse o criticarse. Sin duda, todo esto también reside en el corazón de la educación humanística.”

 

“Creo firmemente que el humanismo debe ahondar en los silencios, en el mundo de la memoria, de los grupos nómadas que apenas consiguen sobrevivir, en los lugares de la exclusión y la invisibilidad, en ese tipo de testimonios que no aparecen en los informes.”

 

“No puede haber un verdadero humanismo cuyo alcance se vea limitado a ensalzar patrióticamente las virtudes de nuestra cultura, nuestro idioma y nuestras grandes obras (…) Tal como entiendo hoy día su relevancia, el humanismo no es un modo de consolidar y afirmar lo que “nosotros” siempre hemos sabido y sentido, sino más bien un medio para cuestionar, impugnar y reformular gran parte de lo que se nos presenta como certezas ya mercantilizadas, envasadas, incontrovertibles y acríticamente codificadas.”

 

 

Así frente a las amenazas al humanismo (la construcción dicotómica del nosotros contra ellos, el fervor religioso e identitario, la utilización política de la exclusión, la tergiversación de la memoria, el reduccionismo, el cinismo, la homogeneización) Said nos proponía retomar como punto clave para nuestras agendas políticas, la ciencia de la lectura:

“Sólo los actos de lectura llevados a cabo cada vez con mayor minuciosidad, con mayor atención, con mayor amplitud, con mayor receptividad y resistencia pueden dotar al humanismo del adecuado ejercicio de su esencial valía.”

En un contexto global en el que observamos un rebrote de las “misiones nacionales”, me pregunto si esta apuesta por el humanismo como proceso democrático no podría dotarnos de herramientas (¡inmediatas!) y prácticas para generar cortafuegos ante el avance del discurso del odio, situando en la lectura crítica de todos los lenguajes una línea central de actuación y en la protección de los periodos prolongados de reflexión una vacuna. Me preguntaba por todo ello estos días, tratando de entrever cómo no deslizarnos hacia discursos dicotómicos, protegiendo toda multiplicidad y complejidad o cómo sembrar desde nuestros respectivos compromisos con el conocimiento “campos de coexistencia en lugar de campos de batalla”.