Justicia ecológica y derechos de la naturaleza

 

Como hace unas semanas me hizo muy feliz escuchar a Teresa Vicente en la presentación de su nuevo libro “Justicia ecológica y derechos de la Naturaleza”, quería dejar un mínimo eco de toda su fuerza e inspiración en el jardín de mi casa, aquí.

¿Qué dice de nosotros como sociedad que las empresas tengan personalidad jurídica y la Naturaleza no la tenga? Desde esta pregunta inicial que lanzaron también investigadoras del grupo Speak4Nature, nos fuimos acercando, como también lo hace su nuevo libro, a los procesos por los cuales en varios lugares del mundo se ha conseguido dotar de personalidad jurídica a determinados ecosistemas, movilizando también a las Naciones Unidas que han identificado en estos procesos un camino de futuro a recorrer, tal y como ha sido el caso pionero a nivel europeo de la protección del Mar Menor.

Partiendo del realismo radical que reconoce en el actual sistema económico “la degradación ecológica del planeta y de la desposesión territorial, económica y cultural de la mayor parte de la humanidad”, se va desgranando el camino que ya estamos recorriendo a nivel global para conquistar una nueva generación de derechos, tal y como han sido los derechos de los pueblos indígenas y los derechos de la Naturaleza que van abriéndose paso, despacio pero sin pausa, a nivel global.

Como comenta Teresa Vicente en la introducción de su libro:

 

“Tenemos que detener nuestra carrera hacia adelante y poner límites a un modelo de desarrollo que es la causa de la degradación ecológica y nos lleva al suicidio colectivo. La prioridad debe ser la preservación de los ecosistemas, porque en ellos se dan las interacciones entre todas las formas de vida; en segundo lugar, la preservación de la especie humana y sus derechos: y, en tercer lugar, la construcción de un modelo económico que posibilite el desarrollo de todas las formas de vida en la Tierra.”

 

Desde el convencimiento de que ha llegado el momento para un cambio de paradigma, que reconozca la unión del ser humano con la Naturaleza y la interdependencia con ella, la tarea generacional que tenemos por delante es proyectar esta ¡realidad! en los ámbitos de la economía, el derecho y la política. Se hace urgente entonces también un cambio cultural de raíz que sustente este cambio de visión y que amplíe el marco tradicional de la ciudadanía hacia la ciudadanía ecológica, consciente de la justicia intergeneracional, “nuestros actos de hoy tienen consecuencias sobre el mañana”.

Poner en valor a la Naturaleza en sí misma y por su valor intrínseco supondría “abandonar paulatinamente la concepción antropocéntrica del Derecho hacia una concepción ecocéntrica, que amplía el ámbito jurídico para incluir al ecosistema del cual forma parte el ser humano”.

Tras los capítulos dedicados a la Justicia Ecológica y su interrelación con el derecho, la economía y la política, así como al capítulo dedicado a los derechos de la Naturaleza desde la filosofía del derecho, Teresa Vicente comparte toda la experiencia desarrollada en el impulso de la iniciativa legislativa popular para la protección del Mar Menor, iluminando posibilidades para otros espacios que estén en procesos de movilización popular para la protección de su territorio.

En mi lectura se han quedado resonando, no obstante, los ejemplos vinculados a Colombia y las posibilidades enmarcadas en el concepto legal de los derechos bioculturales reconocidos en su jurisprudencia, que “unifican los derechos de las comunidades étnicas a los recursos naturales y a la cultura, entendiéndolos integrados e interrelacionados” y cuya defensa podría resultar tan interesante en el contexto español para determinadas luchas contra fenómenos extractivistas, especialmente en el rural español.

Dejando estas simples pinceladas de lectura a modo de reconocimiento y gratitud y buscando el diálogo desde otras disciplinas, me quedo con las palabras finales de Teresa Vicente:

 

“El aumento de la magnitud de la crisis ecológica y la declaración de emergencia climática actual es suficiente para mostrar que el siglo XXI necesita una Declaración Universal de los Derechos de la Naturaleza, que se una a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la segunda mitad del siglo XX. Más allá de la visión antropocéntrica actual, ha de avanzarse hacia una visión ecocéntrica de la vida, que reconozca que la Naturaleza es la base de la supervivencia de todas las especies, incluida la especie humana y que tiene sus propios derechos.”

(En un alarde «pitoniso», un día después de la publicación de esta entrada, se hizo público que Teresa Vicente había ganado el Goldman Prize 2024, por lo que le damos la enhorabuena, nos ponemos de pie, aplaudimos y junto a la tierra, lo celebramos. )