Nueva Constitución, derechos culturales, el libro y la lectura

Derechos culturales

 

 

 

“Un país que fortalece sus expresiones culturales en todas sus diversidades

puede generar las instancias de participación de ciudadanos como actores,

creadores y no simples espectadores, más todavía en tiempos de globalización.

En el momento constituyente que vivimos, es hora de que la cultura y el

libro estén presentes con toda la fuerza y relevancia que tienen en el devenir

del país. Por un país diverso, justo, fraterno y creativo, la participación activa

de todas y todos, en los tiempos que vivimos, es absolutamente necesaria

para construir una democracia efectiva”.

Manifiesto del Observatorio del Libro y la Lectura, Chile

 

Como soñar es gratis y seguir construyendo horizontes de posibilidad es más urgente que nunca me preguntaba estos días qué pasaría si la Elaboración del Nuevo Plan de Fomento de la Lectura en España para el periodo 2021-2024 se articulase de un modo abierto, participativo, reflexivo, recogiendo voces y aportaciones diversas por toda España y no nos encontrase con la mirada, los afectos y las ganas tan deslavazadas. Al fin y al cabo estaríamos promoviendo nuestro legítimo derecho a participar en la vida cultural.

Como cuando una puerta en un espacio permanece cerrada, alguna ventana se está abriendo en alguna parte, apoyaba mi sueño-a-lo-Moliner en la efervescencia que alrededor del proceso constituyente está viviendo el mundo del libro y la lectura en Chile y que está aportándonos a nivel internacional interesantes documentos de reflexión sectorial y modelos de articulación muy efectivos que podrían mostrarnos caminos de desarrollo futuro en España (por ejemplo, las iniciativas de incidencia política impulsadas desde la Red Feminista del Libro chilena, tan interesantes).

Pero como me emocionó especialmente la publicación del Manifiesto del Observatorio del Libro y la Lectura de Chile, que buscó la complicidad de diversas candidaturas constituyentes y la publicación de la reflexión “Nueva constitución, derechos culturales, el libro y la lectura” en la que se incorpora, junto a la defensa de la bibliodiversidad, un diálogo muy interesante sobre los derechos culturales de los pueblos indígenas y afrodescendientes chilenos (que podría darnos en los próximos años inspiración para impulsar una senda de diversidad cultural a transitar en España -si no nos conformamos con semejante tristura colectiva-), he querido dejar por aquí algunos apuntes.

 

No permitiendo que se pierda en el aire lo conseguido por el gran constitucionalismo cultural y las políticas culturales transformadoras latinoamericanas (Bolivia, Ecuador, el Brasil de Celio Turino y Juca Ferreira…no hace tanto, no hace tanto), desde el sector del libro y la lectura chileno se está articulando una interesantísima acción de incidencia que, desde enfoques de políticas culturales basadas en derechos humanos, están haciendo bandera de la transversalidad de la protección que han de tener los derechos culturales en la Constitución chilena.

 

 

Así desde tres grandes ejes, 1) la especial atención a aspectos tradicionalmente invisibilizados por las políticas culturales del país, especialmente en materia de protección de la diversidad cultural, 2) la descentralización cultural, 3) la dinamización de las identidades culturales en el marco de los derechos humanos, se ha logrado aglutinar a todo el sector para la elaboración de un Manifiesto que pusiese en la agenda pública el papel que juegan las políticas del libro y la lectura en los procesos de profundización democrática.

 

“La ciudadanía con elevada comprensión lectora, con capacidad crítica, abre la posibilidad de una democracia activa.”

 

“Donde cada una/o sea tratado como una persona potencialmente creadora, un y una pensadora, un y una ciudadana activa.”

 

Se pone en el centro del debate también el hecho de tomar medidas, desde una lógica de protección de los derechos culturales, frente a las lógicas neoliberales del mercado internacional del libro que sofocan la diversidad de las expresiones culturales e intervienen también, entre otros ejes, en el derecho a la educación en lengua materna.

 

“Apelamos también, desde ya, a fortalecer las políticas públicas de la cultura, del libro y la lectura. Nuestro desarrollo cultural no puede quedar al arbitrio de las lógicas de mercado, que concentran y marginan.”

 

 

Pero quizá, siempre desde mi lectura, el artículo publicado por el editor Paulo Slachevsky, sea el que muestre con mayor rotundidad el potencial que unas políticas del libro y la lectura basadas en un enfoque de derechos tengan para la profundización democrática. Así, avanzando más allá del derecho al acceso cultural e incluso más allá de la defensa de democratización de la producción cultural, desde el mundo del libro y la lectura chilenos nos están llegando invitaciones a “deshacerse en la Constitución de la cultura patriarcal” o generar alternativas al dominio de la lógica extractivista.

 

Pero la reflexión de María Eugenia Domínguez y Tomás Peters sobre la potencialidad de los tiempos deliberativos fue la que suscitó el deseo de un proceso de verdad participativo alrededor del Nuevo Plan de Fomento de la Lectura en España:

“Ya no estamos para describir los capitales culturales y las lógicas de distinción e inequidad, sino para desplegar una exigencia ciudadana e investigativa por disponer de insumos simbólicos -libros, teatro, danza, visualidades, cine, música- para restituir los mundos de la vida de los ciudadanos.”

 

Queda patente de nuevo que estamos asistiendo a un cambio de paradigma internacional en todas las políticas culturales en base a derechos, también en las políticas del libro y la lectura (valga como referencia, por ejemplo, uno de los últimos documentos elaborados por IFLA, A Place for Libraries in Upholding Cultural Rights through the protection of cultural heritage). Que las políticas culturales en España se armonicen con la esfera internacional, resistencias e intereses mediante, será sólo cuestión de tiempo. A ver si logramos que el Nuevo Plan de Fomento de la Lectura se contagie un poco de sus primos chilenos.

Ministerio de las Culturas y 1% presupuestario

Se presentaban la semana pasada, alejadas en el espacio pero confluyentes en mi tiempo, dos iniciativas de política pública cultural que venían a alimentar (¿seré la única?) mi necesidad palmaria de horizontes de acción y esperanza.

Si hace unas semanas, resoné con una frase de Eduard Miralles en un reciente foro sobre Relaciones culturales internacionales en la UE  que decía que «la diversidad cultural será para el siglo XXI lo que la libertad fue para el siglo XIX», el avance de la institucionalidad cultural en América Latina viene a darle la razón.

Después de dos años de conversaciones sectoriales y un importante proceso de integración territorial, Chile presentó la semana pasada su nuevo “Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio”. Como afirmó en declaraciones de prensa el ministro Ernesto Ottone:

“Con este hito se inicia una nueva etapa en la relación del Estado con las culturas de nuestro país, reconocidas y comprendidas en su diversidad territorial y originaria”.

Tanto en la campaña de presentación del Ministerio de las Culturas (que ha usado como hilo conductor el discurso y la voz del poeta Raúl Zurita al recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda y que sólo por eso voy a enlazar aquí) como en la difusión de su Plan Nacional de Cultura, “Cultura y desarrollo humano: derechos y territorio” queda patente el reconocimiento de la cultura entendida como el cuarto pilar del desarrollo, a pesar de que los ODS fuesen interesadamente ciegos una vez más a la centralidad de esta dimensión.

 

 

 

Si el explícito reconocimiento constitucional de los derechos culturales que marcó la última década en América Latina ya se veía  en España como un horizonte de acción a alcanzar, la creación en nuestro país también de un “Ministerio de las Culturas” llevaría al centro del debate público el reconocimiento de nuestra diversidad cultural desde otros prismas, contribuiría a agrietar la herencia vertical y centralista de las políticas culturales españolas y nos obligaría a reconocer también la diversidad cultural y religiosa de nuestra herencia histórica sofocada por un relato identitario de país unívoco y desfasado respecto a los avances internacionales en materia de política cultural (por cierto, una alegría la creación reciente de la Academia Nacional del judeoespañol).

 

Por otra parte, desde la sociedad civil europea a través de Culture Action Europe se lanzaba esta semana la campaña Supporting Culture is Supporting Europe! que hace suyas las sugerencias tanto de la UNESCO como de las relatoras de derechos culturales que vienen reiterando la necesidad de garantizar un 1% de los presupuestos generales de cada país a la Cultura (del presupuesto europeo en este caso) y que, al igual que en el caso de la presentación del Ministerio de las Culturas chileno, nos recuerda que sin políticas culturales no hay sociedades inclusivas capaces de enfrentar el reto de la creciente desigualdad global (por no hablar de la urgencia de afrontar desde la cultura europea el nuevo auge del fascismo, mientras esperamos a que alguien escriba nuestro Sobre Horacios y Curiacios de época)

“We affirm that a fully democratic European Union is a cultural project. In view of polarising trends in Europe, we must strengthen the European community and respect its diversity!”

 

 

Teniendo en cuenta que en los presupuestos generales de 2017 en España, la dotación presupuestaria destinada a cultura alcanzó el 0,2% de la dotación total, las acciones enfocadas al logro de este 1% que están replicándose a nivel internacional supondrían un interesante comienzo. La inspiradora movilización en relación a la exigencia de este 1% desarrollada en Bolivia por la Red Telartes nos daría un ejemplo replicable en contextos de habla hispana.

En esta necesidad personal de conjurar la imposición de ventanas estrechas para la mirada  a través de la construcción de horizontes de inclusión cada vez más amplios, las políticas culturales siguen teniendo todo por decir, sigamos.